No me apetecía nada quedarme en mi casa. Después de una semana intensa de trabajo lo que menos necesitaba era quedarme encerrada viendo la aburrida televisión.
Mis amigas, las que no habían quedado con sus novios para ir “al cine” como decían ellas cuando en realidad querían decir ir a follar a la parte de atrás de su coche, habían decidido quedarse en casa. Estaban cansadas decían. Yo también estaba cansada. Cansada y aburrida de no salir. Así que busque en mi armario mi conjunto de ropa interior más sexy, un bonito vestido de color negro, unos zapatos de tacón alto y me arregle para salir.
Decidí ir a un local con buena música y tomar algo. No tenia la costumbre de ir sola a un bar, siempre solía ir acompañada por mis amigas, pero el solo pensamiento de ir provocativa y seductora y dejar que me observaran decenas de ojos mientras me tomaba una cerveza en la barra, me había producido una excitación y un cosquilleo en la boca del estomago incontrolable.
Elegí aquel local precisamente por aquel motivo. Sabía que allí iba mucho chico atractivo como buitre leonado en busca de su presa. Les dejaría intentarlo a los pobres incautos. Me gusta ser deseada. Me excita. Pero sobre todo me vuelve loca su cara de desolación cuando les dices que otra vez será. Pero aquella noche mis planes se trastocaron.
No había dado ni el primer sorbo a mi cerveza fría cuando ya tenia a varios pretendientes a mí alrededor. Era divertido verles y observar sus pocas dotes de seducción. Con mano izquierda me fui deshaciendo de ellos uno a uno mientras apuraba mi cerveza. Entonces se acercó él.
Era atractivo. Sumamente atractivo. Moreno, atlético, con mirada profunda y seductora y unas canas a la altura de su sien que en lugar de envejecerlo le daban cierto aire intelectual muy sensual. Agradada por su porte le deje acercarse un poco mas que a los demás. Incluso le permití tomar asiento a mi lado. Su conversación era interesante. Era directa, clara, sin preguntas banales que esperan respuesta banal buscando que bajes la guardia para preguntarte si quieres enrollarte con él. Si tenia que decir algo lo decía. Sin esconderse tras frases bonitas de cartón piedra. No dudo en admirar mis ojos y mis tetas por igual sin importarle lo grosero que pudiera llegar a parecerme que se hubiera fijado de aquella manera tan directa en mis pechos. Cierto era que yo lucia un provinente escote acorde con su comentario pero en lugar de resultarme grosero o soez me resulto gracioso, divertido, incluso apropiado. Terminamos hablando de sexo. Allí, sentados en la barra.
En ningún momento intentó acercarse mas a mí, ni por un instante puso una mano disimuladamente sobre mis rodillas o intentó besarme. Se limito a hablar de fantasías, morbo, deseo, lujuria, y a escuchar cada una de mis palabras. La conversación estaba resultando de lo más caliente. Me sentía tremendamente excitada. Podía sentir como mi corazón se aceleraba en mi pecho y el deseo me hacia humedecerme los labios mas de lo necesario. A cada palabra suya o comentario me sentía más y más ardiente. Si no fuera porque estábamos rodeados de gente hubiera comenzado a masturbarme. Sentía brotar de mi sexo ese deseo que te invita a acariciarlo, a rozarlo con la yema de tus dedos, a introducir tu mano debajo de tu ropa interior y masajear tu clítoris hasta alcanzar el clímax del orgasmo. Sentía aflorar de mi sexo las gotas del placer expulsadas por pequeñas contracciones de mi entrepierna que intentaba disimular con un cruce sensual de mis piernas.
Entonces, llevada por la excitación del momento, por esas ansias de tocarme y provocarme placer que tenía que controlar salió de mi boca un deseo que hasta aquel momento y con aquel desconocido yo creía inconfesable.
— En el fondo, lo que más morbo me da, es sentirme como una perra sumisa.
Las palabras brotaron de mis labios sin que me diera tiempo a detenerlas. Cerré la boca tras ellas buscando atraparlas antes de que llegaran a sus oídos pero fue demasiado tarde. El las escucho atentamente. Se giró, me miró con aquellos ojos penetrantes y me sonrió con una sonrisa tan calida y cómplice que me hizo empapar mi bonito conjunto de ropa interior.
Y entonces me soltó aquella pregunta que me hizo paralizarme y humedecerme por igual. Lo hizo como había hecho durante toda la noche, sin medir las palabras. Sin parapetarse tras ningún escudo de censura. Directamente y sin cortapisas.
— ¿Te gustaría ser una perra sumisa esta noche para mi y mi pareja?
Tarde un mundo de segundos en contestar. No se ni que pasó por mi cabeza en aquel instante. Al final, tras una eternidad, conseguí recuperar el hablar e interrogarle por su pareja.
Sinceramente no era algo que me hubiera molestado, al contrario, había aumentado aun más mi curiosidad. El tampoco se sintió para nada cohibido mientras me comentaba que no había acudido solo al local y que había sido, precisamente su chica, la que le había animado a acercarse a mi. Le pregunte por qué y él solo me contestó con un “ella tiene un don especial para estas cosas” que yo no llegue a entender muy bien en un primer momento.
Me miró fijamente y me repitió la pregunta. ¿Quieres ser nuestra perra sumisa esta noche? Sus palabras, que en cualquier otro momento, lugar y situación, le hubieran costado un sonoro bofetón lograron encenderme hasta sobrepasar mi límite de la decencia y el decoro y asentí con la cabeza llevada por un estado de ensoñación que me producía la droga de deseo que emanaba de mi sexo y mojaba mis muslos.
Se levantó y me invitó a seguirle hasta la puerta del bar. Le seguí de manera inconsciente y obediente, como si ya me estuviera metiendo en mi papel de sumisión. En la puerta del bar nos esperaba un coche. Una joven, de pelo negro azabache que le llegaba sobre los hombros, cortado en una media melenita, con los labios pintados de un rosa pálido y la mirada encendida y ardiente, estaba al volante.
El me abrió la puerta trasera del coche. Me pidió que me sentara en el asiento de atrás y que guardara silencio. Obedecí.
Durante el trayecto no pronuncie palabra. Ellos hablaron entre si. Hablaban de mí pero lo hacían como si yo no estuviera sentada detrás, como si no pudiera escucharles.
— Tenías razón, es una obediente sumisa.
-—Ya sabes cariño que no suelo equivocarme. Se le veía en los ojos.— contestó ella con una voz calida, sensual, dulce y juvenil que me sedujo.
Ella era bastante atractiva. No era exuberante, ni un bellezón. Ni siquiera tenía muchas curvas. Pero su conjunto, ese cuerpo menudo y atlético, su cara de niña traviesa, su mirada entre dulce y lasciva, su voz cálida y sensual y ese halo de mujer misteriosa y dominante que la rodeaba, le hacían sumamente deseable.
— ¿Crees que dará la talla esta noche?
— Estoy convencida. Sabe obedecer y sabrá satisfacernos. Mírala, ya estamos llegando y no ha dicho ni palabra. Sabe estar callada y obediente cuando toca estarlo. Además es sumamente atractiva.— Su referencia a mi me hizo sonrojar. Sentía mi corazón latiéndome en mi pecho acelerado por la mezcla de miedo y excitación que sentía. ¿Que harían aquellos dos desconocidos conmigo?
Subimos a su casa. Ellos caminaban delante de mí mientras yo les seguía a un par de pasos de distancia. El tenía un caminar de hombre deportista. Ella caminaba con un contoneo sensual de sus caderas. No se giraron a mirar si les seguía ni una sola vez. Sabían que lo hacia. Algo en ellos me hacia obedecerles sin preguntar.
Solo cuando subimos en el ascensor me pusieron delante de ellos colocándose los dos a mi espalda. Sentía sus ojos fijos en mí.
— No te gires y no te muevas.— Fueron las siguientes palabras que oí.
Entonces sentí como unas manos masculinas me agarraban el vestido por la cintura y lo empezaban a subir. Mis piernas fueron quedando centímetro a centímetro al descubierto. Podía sentir los ojos de ella clavados en mi piel. Era como si pudiera sentir el calor de su mirada acercándose a mis muslos. No me moví. Le deje subirme el vestido hasta que mis nalgas y la poca tela de mi tanga que asomaba por aquel lugar quedaron al descubierto.
No podía creerme que estuviera en aquel ascensor con aquellos dos desconocidos y con el vestido subido hasta la cintura dejándome observar como una pieza de ganado puesta en venta pero, además de dejarme, me estaba excitando sobre manera la situación. Me temblaban las piernas por los nervios y por la excitación. Sentía la mirada de ambos clavada en mis firmes nalgas.
— Separa un poco las piernas. — Como si sus palabras fueran directas ordenes a mi cerebro mis piernas se separaron. Juro que yo no di la orden a mi cerebro para que lo hicieran pero abrí un poco más mis piernas.
Sentí una mano femenina acariciando mis muslos. Era una mano menuda y fría que vino a calmar el ardor de mi piel.
— Si, creo que esta vez he acertado de lleno.— La voz calida y femenina de ella sonó muy cerca de mi oído. Me hizo estremecer.— Creo que hemos dado con una ideal perra sumisa para esta noche, cariño.
Oír de su boca las palabras perra sumisa me hizo morderme los labios. Aquella habia sido mi fantasía durante muchos años. No podía creer que se estuviera haciendo realidad. Si supieran las veces que me había masturbado pensando en oír aquellas palabras, en como seria la sensación que provocarían en mi cuerpo. Ahora puedo decir que eran mucho mas excitantes de lo que jamás habia imaginado.
Dejaron caer otra vez mi vestido justo en el momento que el ascensor se detenía. Había sido el trayecto de doce pisos más excitante de mi vida. Tenía unas ansias locas de tocarme, de que me tocaran, de que me besaran, de follar.
Salieron tras de mi y abrieron la puerta de una casa. Me invitaron a pasar. Nada mas cruzar el umbral de la puerta cerraron con llave. Solo saldría de allí cuando ellos quisieran.
— Quítate toda la ropa.
Otra vez sus palabras fueron suficientes para que mi cerebro obedeciera. Lentamente deje caer al suelo mi vestido y me quede en ropa interior. Después me descalce y me quede quieta.
— Toda la ropa. El sujetador y el tanga también.
Siempre era él quien me daba las órdenes. Siempre mi cerebro obedecía. Me solté el sujetador. Mis pechos quedaron libres y erguidos. Mis pezones estaban duros como su un hielo hubiera pasado por ellos segundos antes. Después me quite mi tanga. Sentía otra vez aquellos ojos clavados en mi piel.
Ella se agachó y cogió mi tanga del suelo. Después me rodeó y se puso frente a mí. Clavó sus ojos en los míos. Instintivamente agache la mirada.
— Así me gusta zorra, que muestres tu sumisión hacia mí. — Otro insulto que brotó de su boca. Otro espasmo en mi sexo.
Se quedó frente a mí observándome mientras olisqueaba mi tanga. Estaba segura de que olía fuertemente a sexo. Ahora completamente desnuda como estaba notaba la humedad de mis flujos en mis muslos. Mi tanga debía estar completamente humedecido y ella lo olisqueaba.
— La zorrita esta muy caliente, cariño. Su tanga huele a gloria, a perra en celo.
Él se sonrió mientras pasaba a mi lado y se metía en la cocina. Desde el pasillo pude ver que la casa tenia tres habitaciones, un salón, una cocina pequeñita y calida y un baño.
Ella no dejaba de mirarme fijamente mientras jugueteaba con la tela de mi tanga en su cara. Cuando, por fin apartó mi ropa interior de su rostro, su cara quedó brillante. Pensar que el brillo de su cara era de mis flujos me hizo poner más cachonda de lo que ya estaba. Sentía mi cuerpo arder, mi corazón bombeaba sangre acelerado, mis piernas temblaban, mis muslos se entreabrían y contraían involuntariamente con espasmos que hacían latir mi sexo. Estaba tan caliente y excitada que un solo roce de la yema de mis dedos sobre mi hinchado clítoris me hubiera llevado al orgasmo.
Y juro que deseaba tocarme con todas mi fuerzas, con todas mis ansias, con todo mi ser y si no lo hacia era por un solo motivo. Nadie me lo habia mandado aun.
El salió de la cocina.
— Túmbate boca arriba en la mesa del salón.
Como una autómata obedecí. Entre en el salón y ví una mesa de cristal. Me dirigí hacia ella y me senté en el borde. El cristal estaba frió. Mis nalgas se contrajeron al contraste del frió cristal con el calor de mi piel. Mis pezones se pusieron firmes como un escuadrón de soldados a la orden de su superior. Después me tumbe lentamente apoyando mi espalda que se arqueaba por el frió hasta que me fui acostumbrando y finalmente quede tendida boca arriba como me habían ordenado.
Ella tomó asiento a mi izquierda. El, con un plato en la mano, se sentó a mi derecha. Entonces supe para que me habían mandado tumbar.
El empezó a servir la cena sobre mi piel. Primero unos pequeños trozos de carne que aun estaban calientes me hicieron contraer la espalda y un leve quejido escapó de mis labios.
— Dile a esta perra que como me deje sin cena la castigare.
— Ya has oído. Estate quieta, completamente quieta. Hoy serás nuestra mesa.
Me quede inerte, estática, como ellos querían. Acabó de servir la carne sobre mi estomago, rodeando mi ombligo. Después llenó este con una salsa tibia. Sacó un bote de nata, lo agitó con fuerza y lo sirvió sobre mis erguidos pechos. Ahora era frió la sensación que me recorría. Me mordí los labios. Mis tetas reaccionaron al instante, mi sexo también. No podía verlo pero si sentir como las primeras gotas de elixir de mi coño bajaron por mis muslos y cayeron a la mesa.
Con fresas cortadas por la mitad acabo de decorar mis pechos. Por ultimo, y cuando menos me lo esperaba, coloco un tazón helado sobre mi sexo, entre mis muslos, apoyado en mi clítoris. Fue tan fuerte la sensación que mi espalda se arqueo involuntariamente y uno de los trozos de carne resbalo hasta la mesa. Instintivamente la mire a ella con cara de pedir disculpas por mi torpeza.
— ¿No sabes estarte quieta zorra? Cuando termine de cenar te castigare.— Cerré los ojos en señal de comprensión. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué me dejaba someter de aquella manera? ¿Qué poder estaban ejerciendo sobre mí para que me comportara así? ¿Por qué solo con la idea de ser castigada por aquella mujer me excitaba aun mas?
El calor de mi entrepierna no tardó en mitigar el frió del tazón. Los dos comían de mi cuerpo mientras hablaban sobre cosas banales, otra vez como si yo no estuviera allí, como si mi cuerpo no estuviera desnudo sobre la mesa y de mi sexo no brotaran flujos que mojaran el cristal de su mesa de salón, como si la cara de ella no brillara todavía con mis flujos. Deseaba tocarme con todas las fuerzas del mundo, masturbarme hasta estallar en el mas bestial de mis orgasmos como cada vez que en mis sueños habia tenido aquella fantasía. Necesitaba correrme o iba a volverme loca de puro placer.
Sentir sus manos cogiendo la carne de mi estomago, sentir como la hundían en mi ombligo para untarla en la salsa, notar como cogían, después, trocitos de fresa y los pasaban rozando mis pezones para mancharlos en nata, estaba siendo la más erótica y sensual de las torturas.
Mis muslos se contraían pidiendo ser acariciados. Mis pechos clamaban al cielo besos y caricias aunque fueran furtivas. Mi respiración era entre cortada, acelerada, excitada. Me sentía tan húmeda que hasta deseaba que aquella tortura de cena se terminara y comenzara mi castigo por mi torpeza. Deseaba ser castigada si eso era necesario para que me tocaran.
Terminada la cena me ordenaron levantarme. De pies al lado de la mesa observe avergonzada el charquito de flujos que habia dejado sobre el cristal. Era un charquito denso, abundante, vivo reflejo de mi estado.
Ella me miró desafiante. No le hacia gracia que mis flujos mancharan su mesa.
— Límpialos con la lengua, perra. Ese será tu castigo por tu torpeza.— Me agache e iba a empezar a lamer cuando sentí un azote en mis nalgas. La piel me empezó a arder. Sorprendida levante la cabeza.— Así no. A cuatro patas sobre la mesa, zorra.
Con el culo enrojecido por el azote y mi sexo borboteando flujos, por oír de su boca aquellos insultos que me encendían, me subí de rodillas sobre la mesa y como una gata en celo empecé a lamer mis flujos. Una gata no, como una perra en celo, como su perra en celo. Lamí y chupe hasta que no deje nada sobre el cristal aunque nuevos flujos, más densos si cabe, resbalaban por mis muslos solo con sentir sus miradas clavadas en su perra sumisa. Clavadas en mí.
Cuando satisfecha de mi misma, de mi trabajo como perra obediente, levante la cabeza del cristal me sorprendí al encontrarme con el miembro erecto de él cerca de mi cara. Estaba tan concentrada en mi labor de limpiar la mesa con la lengua que ni me habia dado cuenta de que él se habia desnudado.
— Ahora chúpamela a mi.— Me ordenó con esa voz varonil y sin adornos con la que me habia seducido en el bar. Deseosa de tenerla en mi boca obedecí.
Se la chupé con dedicación y mimo. Como una niña pequeña que se lleva una piruleta enorme a la boca, que viendo que no le entra bien del todo se dedica a pasarle la lengua de arriba a abajo. Lo hice con tanta dedicación que no tarde en arrancarle gemidos de placer y en notar como sus venas se tensaban. Entonces deje de comportarme como una niña y me comporte como la zorra que deseaban que fuera, y que yo misma deseaba ser, y me la metí hasta el fondo de mi garganta lo que le hizo temblar las piernas. Para no caerse se sujeto con las manos en mi cabeza y, agarrándome del pelo, me obligó a seguir tragando aquel trozo de carne sabroso y jugoso que desprendía gotas de flujo.
Ella no decía nada. No podía verla pero suponía que estaba atenta a cada uno de mis movimientos. El empezó a mover sus caderas y con sus manos sujetaba mi cabeza follándome la boca. Aguante sus embestidas. Me sentía tremendamente caliente, deseaba que se corriera en mi garganta, tragarme toda su leche, notarla bajar por mi laringe hasta mi estomago. Devorarlo. Pero cuando pensé que iba a reventar en mí boca me la arrancó de entre mis labios y se separó de mí dejándome encima de la mesa arrodillada e insatisfecha.
La mire a ella. Se habia desnudado. Estaba preciosa. Su cuerpo desnudo era mas bello aun que vestido. Sus pechos eran perfectos, redondos, con unos pezones rojizos que parecían dos rubíes. Me miraba desafiante. Como una dueña a su mascota. Como una ama a su perra. Yo agache la mirada. Y, con la vista fija en la mesa y sintiendo mis flujos derramarse por mis muslos y mi sexo latiendo, suplique.
— Por favor, follarme. Follarme ya por favor, lo necesito.
— ¿Cuando le hemos dado permiso a esta perra para hablar?— dijo ella con voz de enfado y desden.
— Nunca.- Contestó él.— Creo que deberías castigarla por su torpeza.
Ella asintió con la cabeza. Desnuda salió de la habitación. Yo me quede quieta sobre la mesa con la mirada agachada, aceptando mi castigo.
No tardo en volver con un látigo de cuero en las manos. Al verlo me asuste. Más que el látigo en si me asusto su mirada enfurecida y rabiosa. Estaba claro que no le gustaba que le desobedecieran.
Me puso en pompa y me azotó. Las lenguas de cuero de aquel látigo se clavaban en mi piel. Sentía mi culo arder, podía imaginármelo enrojecido. A cada golpe que me daba me insultaba y me hacia ver mi falta. No tienes que hablar zorra, ni una sola palabra más perra, me decía mientras me golpeaba las nalgas. No se explicar la reacción de mi cuerpo. A cada golpe que recibía, a cada insulto que me decían, mi cuerpo se excitaba más, me ponía más cachonda, mas necesitaba ser follada. Cuando los golpes dejaron de arreciar estaba al borde de un intenso orgasmo. Si me llega a golpear o insultar una sola vez mas estoy convencida que me hubiera corrido pero, como si ella lo supiera, como si pudiera adivinar las reacciones de mi cuerpo, paró su castigo en el momento justo, dejándome al limite de mi resistencia, al borde del desmayo por la excitación que sentía. Aquello era superior a mis fuerzas. Mis piernas me temblaban, mis manos apenas me sujetaban sobre la mesa, mi cuerpo entero se convulsionaba. No dije palabra alguna, solo alce mi mirada y la mire pidiendo clemencia y consideración con una perra cachonda arrepentida.
El me agarró del pelo y me obligó a bajar de la mesa. Dando tirones de mí me llevó a cuatro patas hasta la habitación. Ella se quedó en el salón. Me tiró sobre la cama y me hizo mostrarle mi culo. Obedecí deseosa de que se pusiera tras de mi y me follara violentamente. Desde donde estaba podía ver mi coño emanando abundantes flujos preorgasmicos. Estaba segura de que aquello le tenía que excitar y deseaba que fuera suficiente para hacer que me follara. Sin embargo ni se fijo en mi coño que le llamaba a gritos. Se centró en mi culo.
Primero me separó las nalgas con sus manos. Después introdujo su lengua en el agujero de mi culo y empezó a ensalivármelo. Era una sensación sumamente placentera que me mantenía al borde del desmayo y del orgasmo pero que no me ayudaba a llegar a alcanzarlo. Era una nueva tortura mas para mi deseo.
Su lengua fue llenando de saliva la entrada de mi culo. Cuando considero que lo tenía bien mojado comenzó a jugar con uno de sus dedos. Lo fue metiendo despacio y sacando lentamente hasta que terminó penetrándome por completo. No era la primera vez que alguien jugaba con mi culo pero nadie lo habia hecho con aquella atención. Su dedo me penetraba y hacia círculos en mi interior. Me hizo jadear de placer. Era un placer distinto al que me ardía en mi coño. Era como si, manteniéndome cachonda en uno de mis agujeros estuvieran excitando el otro, aumentando así la sensación de placer pero no permitiéndome llegar al clímax. No sabía si iba a ser capaz de soportarlo.
Después fueron dos los dedos que me follaron el culo, por ultimo tres. Ahora eran dos los agujeros de mi cuerpo que me tenían al borde del orgasmo y, otra vez, como una maldición, como una terrible tortura, el paro de follarmelo en el momento justo.
— Ya puedes venir cariño. Esta preparada.
Ella entró en la habitación. No pude evitar poner cara de asombro. Si algo no me esperaba ver era aquello.
Ella venia con un arnés atado a su cintura. Si mi estado de excitación no hacia desvariar a mi capacidad de calculo aquello mediría unos 23 cm. y unos 5 de grosor. Era la polla más grande que habia visto en mi vida. Aunque fuera de plástico.
Verla armada con aquella polla fue un shock para mi. Y entonces me temí lo peor. ¿No abría estado preparando mi culo para aquello verdad? Si así era me iban a destrozar. ¡Aquello no entraba en mi culo! ¡Era imposible!
Ella se tumbó en la cama. Con aquella enorme polla mirando al techo.
— Siéntate sobre ella. Ahora.
Asustada por otro posible castigo obedecí. Lo hice despacio y con muchísimo cuidado, estaba segura de que aquello no iba a entrar en mi culo pero me fui sentado sobre él. Primero sentí su capullo plastificado y frió sobre mi culo. Después ayudado con la mano de ella lo note entrar en mi culo dilatado. Me sorprendió un poco que aquel grosor entrara con semejante facilidad en mi culo, estaba claro que habia hecho un buen trabajo dilatándomelo pero seguía convencida que jamás entraría de largo.
Poco a poco me fui sentando. Lo notaba llenarme los intestinos. Me sentía atravesada por él. Entonces mire por entre mis piernas y vi que aun me quedaba mas de la mitad por meterme. ¡Dios hasta donde podría llegar aquello si me lo metía hasta el fondo!
Entonces a ella se le acabo la paciencia. Me agarró por los hombros y me sentó de golpe. Me sentí atravesar. Sentí mi culo reventar. Un grito de dolor escapo de mi garganta. Note como algo dentro de mí se rompía y sentí algo caliente resbalando por mis muslos. Era sangre. No mucha, pero sangre.
— Perfecto zorra. Ahora follate.
Obedecí. Pese al dolor que sentía empecé a mover mis caderas y a sentir aquella masa de plástico dura entrando y saliendo de mi culo. Poco a poco me olvide de la sangre, del dolor y de todo. Volvía a sentir un enorme placer que me arrastraba de nuevo hacia el más intenso de los orgasmos. Mis caderas cada vez se movían con más ganas. Me follaba aquel falo de plástico con todas mis fuerzas, las pocas que me quedaban ya. Entonces ella me volvió a agarrar por los hombros y me obligó a parar y tumbarme sobre ella. ¡Maldito don de hacerme parar al borde del orgasmo!
El se subió a la cama. Con su polla armada y cara de deseo. Ensartada como estaba por mi dolorido culo me obligó a abrir mis piernas. Pese a que mi cara reflejaba el miedo a ser penetrada por ambos lados a la vez mi coño parecía entusiasmado con la idea. Mi clítoris hinchado comenzó a latirme con fuerza. Los labios mayores y menores de mi coño parecían abrirse voluntariamente para recibir aquella polla sonrojada y húmeda. Mi coño se moría de ganas de ser penetrado. Y él le satisfizo.
Se tumbó sobre mí apoyándose con sus fuertes brazos sobre la cama e inserto su miembro dentro de mí sin contemplaciones, con prisas, con ansias, con violencia. Me hizo gritar.
Estaba completamente empalada. Ambos se balanceaban dentro de mí. El apoyado en la cama. Ella agarrada a mi cintura. Yo apenas si podía moverme. Solo sentir sus pollas, la de plástico y la de carne, entrando y saliendo de mí, rozándose en las paredes internas de mi culo y de mi coño. Follandome, reventándome de placer por dentro. Gemía, jadeaba, gritaba de placer como una loca. Casi perdí el conocimiento cuando sentí un orgasmo reventar en mi interior. Fue un orgasmo brutal, salvaje, imponente, que me hizo desfallecer y quedarme como un muñeco inerte ante sus continuas embestidas.
Casi inconciente pude llegar a sentir como él también se corría dentro de mí. Su leche fue como un bálsamo para mi irritado coño. Después me desmonto. Me sentía así, como un animal montado por su dueño. Como una yegua cabalgada.
Me hicieron levantarme. Apenas si podía mantenerme en pie. Una mezcla de mi corrida, su leche y mi sangre resbalaba por mis piernas temblorosas.
Ella se levantó de la cama y se quitó el arnés. Después salió camino de la cocina.
Él se me quedó observando y me sonrió satisfecho.
— Como te dije ella siempre acierta, — Me comentó mientras yo seguía intentado mantener el equilibro sobre mis flácidas piernas.
Poco después ella regresó.
— Túmbate en la cama.— Me ordenó él. Ella era la que me insultaba, él el que daba las ordenes con su voz imponente.
Obedecí agradecida porque mis piernas apenas me sujetaban. Tumbarme me veia bien. Entonces ella tomó la palabra.
— Te has portado bien. Has sido una buena perra. Creo que te has ganado esto.— Entonces saco una especie de hierro ardiente con un numero tres al rojo vivo. Estaba tan agotada que ni fuerzas para asustarme tuve. No tenia ni idea de lo que querría hacer con aquel hierro candente pero fuera lo que fuera yo no podía oponer resistencia.
— A partir de ahora serás nuestra perra numero tres. Todo aquel que se acueste contigo sabrá a quien perteneces.— diciendo esto acercó el hierro candente a mi cuerpo y me marcó a la altura de mi vientre. Entre mi ombligo y mi clítoris. No me dolió mucho. Solo fue un segundo pero un tres quedo marcado en mi cuerpo para siempre.
Me devolvieron la ropa y me tendieron una hoja de papel en blanco. Me pidieron mi número de teléfono y yo lo garabatee en la hoja. Me hacia ilusión que me volvieran a llamar. Estaba orgullosa de ser su perra.
Desde aquella noche siempre que he tenido relaciones sexuales con alguien me han preguntado por ese tres que luzco en la cima de mi sexo. Siempre he contestado lo mismo. Es el recuerdo de una noche inolvidable.