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martes, 28 de julio de 2015

Hola Cariño.

Hola cariño;
He decidido dejarte este email porque sé que lo primero que harás al volver del partido, y ver que no estoy en casa, es conectarte a Internet y mirar tu cuenta de correo. Es lo que has hecho, casi cada día, desde que nos casamos, hace ya más de siete años, así que confió en que hoy no cambies tus costumbres.
En estos años de matrimonio hemos compartido muchas cosas y seguimos siendo tan felices, o más, que el primer día pero, si en algo estamos de acuerdo, los dos, es en que nuestra vida sexual se ha vuelto monótona.
Antes, de novios, éramos mucho más alocados, practicábamos el sexo en cualquier lugar y casi de cualquier forma. ¿Te acuerdas de aquella noche en el cuarto de baño de la casa de tus padres mientras ellos nos esperaban en la mesa para cenar? Los dos echamos de menos aquellos momentos pero ya casi nunca los llevamos acabo. De un tiempo a esta parte hemos estado hablando de recuperar aquellas costumbres, aunque ya al borde de los cuarenta, no estemos para follar en la parte de atrás de nuestro coche. Tu te has obsesionado con la idea de probar a hacerlo con otras personas, en hacer un trío. La idea siempre me ha resultado morbosa, incluso he tenido intensos orgasmos fantaseándolo a solas contigo, pero nunca me he atrevido a hacerlo. Me daba miedo. Nunca he estado segura de meter a otra persona en nuestras relaciones. Nunca hasta hoy, y por eso este email amor mío, porque creo que ha llegado la hora de hacer esa fantasía realidad.
Te preguntaras el porque de este repentino cambio. Ayer, mientras compraba el pan en la tienda del barrio, apareció Vanessa, nuestra vecina del segundo. Estoy segura que te acuerdas de ella ya que, cada vez que coincidimos en el portal o en el ascensor, siempre te la quedas mirando a los pechos. Venia vestida con una falda muy corta color negro que acentuaba la curva de sus caderas y una blusa blanca con bastante escote. Su pelo castaño le caía sobre los hombros, lo llevaba suelto. Iba ligeramente maquillada. Con un suave toque de color fucsia en sus labios y un poco de rimel que hacía más intensa su mirada de ojos verdes. Hubiera llamado tu atención amor mío. Me saludo y, después de una breve conversación de vecinas de cinco minutos, me invito a tomar una taza de café por la tarde si no tenia nada que hacer. Como tu cariño, ayer a la tarde, trabajabas acepte y a las cinco y media baje a su casa.
Me recibió casi desnuda. Llevaba la típica camiseta de chico que le llegaba por debajo de las rodillas de esas con un numero bordado a la espalda, curiosamente el sesenta y nueve,  y que, a sus recién cumplidos treinta años, aun se puede permitir llevar. Se notaba claramente que bajo la camiseta no llevaba sujetador, ya que como tu bien sabes cariño, esta muy bien dotada de delantera y se notaba su suave bamboleo al andar.
Me sentí un poco incomoda. Yo con mis pantalones vaqueros ceñidos, esos que tu dices que me hacen un culo muy apetecible, y una blusa blanca sin mucho escote y el pelo recogido en una coleta y ella allí, delante de mí, prácticamente desnuda sin ningún pudor.
Me dijo que me pusiera cómoda en el sofá y ella vino con las tazas de café. Se sentó al otro extremo del asiento y, al hacerlo, la camiseta se subió levemente y dejó más a la vista sus firmes muslos. Nos pusimos a hablar y, la verdad, es una mujer encantadora. Cualquier menor atisbo de incomodidad en mí se borró al de quince minutos de conversación. Al de media hora ya parecíamos amigas de la infancia y empezó a contarme cosas de su vida. Porque seguía soltera, como había roto con su ultimo novio, como desde entonces no buscaba una relación con ataduras, no se muy bien como la conversación acabo derivando hacia el tema del sexo y su vida sexual.
Todo empezó cuando, hablándome de su ex pareja, comenzó a detallarme todos sus defectos, que si bebía, que si nunca estaba en casa, que si nunca la había amado como debía....la comente que algo bueno tendría que tener para haberse ido a vivir con él, y no lo dudo, me contestó que era un genio en la cama. Entre dientes y con una sonrisa traviesa confesó que no solo en la cama. No tuvo reparos en detallarme lo bueno que era usando la lengua. Me dijo que era el único hombre que le había conquistado entre las piernas. Ella me lo dijo sin inmutarse pero yo note como mis mejillas ardían y me ponía roja como un tomate, eso sí, despertó mi curiosidad.
Allí estaba yo, escuchando atenta como nuestra vecina me detallaba como su ex le hacia perder el sentido cada vez que posaba su lengua entre sus muslos. Empecé a ponerme nerviosa cuando, siempre entre risas me contó el día que no pudo resistirse a sus hábiles insinuaciones y le pidió, casi le rogó, que se metiera entre sus piernas. ¡ En la mesa de un restaurante!
Me recordó a nosotros cuando éramos novios mi amor y sentí que mi vientre se tensaba y que no podía resistir morderme los labios. La situación resultaba a la vez comprometida y morbosa. Nuestra vecina detallándome sin pudor la intensidad de sus orgasmos con aquella lengua explorando su intimidad y yo, intentando aparentar serenidad pese a sentir los latidos de mi corazón acelerarse y mi ropa interior humedecida. Y no solo por sus palabras cariño, si no por los recuerdos que ellas me traían. ¿Tú recuerdas el día en el que te metiste bajo mi vestido y me saboreaste hasta hacerme alcanzar un intenso orgasmo, que tuve que mitigar mordiendo las mangas de tu jersey en la ultima fila del cine? Seguro que sí. Yo, ahora, mientras te escribo, me vuelvo a humedecer solo de recordarlo.....seguro que Vanessa lo agradece.
Como te decía la situación era morbosamente comprometida, y todavía fue a más. Me dijo que si algo bueno tenia su ex era lo mucho que había abierto su mente en el mundo del sexo. Me contó que con él había experimentado sus primeras relaciones en lugares públicos, sus primeros intercambios de pareja y sus primeras relaciones lésbicas y que, desde que estaba sola, había aprovechado muy bien todas aquellas enseñanzas y que ahora disfrutaba ampliamente de los placeres del sexo.
Mi curiosidad estaba por las nubes. Sin pensar en las consecuencias le pregunté por su primera relación lésbica. Ella se sonrió y empezó a contarme que su ex, un día, le planteo la posibilidad de invitar a otra mujer a cenar con la intención de seducirla. Ella aceptó atraída por la idea. Ya en el restaurante dejó que su novio se la insinuara y la provocara y ella misma no tuvo reparo en rozárla suavemente los labios en un, mal llamado, inocente beso de nuevas amigas. La pobre mujer se sonrojó y nuestra vecina me confesó reírse divertida y a la vez sentirse sexualmente atraída ante aquella inocencia pudorosa. Durante el resto de la velada maliciosamente se dedicó a hacerle confesiones subidas de tono al oído de las virtudes de su pareja en la cama, lo que hacia aumentar el nerviosismo de la invitada.
Vanessa me lo contaba sonriendo y no pudo evitar reírse al recordar el brinco que pegó la pobre invitada cuando su novio, sin previo aviso, le puso la mano sobre uno de los  muslos y la metió entre sus piernas, antes de que ella pudiera reaccionar y llegar a cerrarlas. Me contó que su vergüenza la hizo salir corriendo de la mesa cuando él no dudó en decirle en voz alta que su acompañante tenia los muslos mojados. La pobre se refugio en el lavabo y ella la siguió con el consentimiento de su novio. Me relató lo que hizo en el baño, ni corta ni perezosa se acerco a ella y la besó en la boca dejando que su lengua dibujara sus labios: ese fue el fin de la timidez de la invitada. Y el inicio de mi deseo.
No se porque cariño en ese momento decidí aceptar tu proposición de hacer un trío. Estaba frente a la persona que hacía despertar en mi ese deseo. Deseaba sentir los labios y la lengua de Vanessa en mi boca. Notaba mis muslos mojados, mi corazón acelerado, mi apetito sexual descontrolado. Si no fuera porque aun eran más fuertes mi pudor y mi vergüenza hubiera empezado a masturbarme allí mismo, delante de ella. Y entonces pasó.
Vanessa cambio su postura en el sofá. Hasta ese momento había estado con las piernas cruzadas mirándome de lado y sujetando la taza de café entre sus manos pero en ese momento, en el que yo intentaba controlar mi deseo de besarla, dejo la taza de café sobre la mesa, descruzó sus piernas y se giró hacia mí levantando las piernas sobre el sofá y cruzándolas delante de ella para mirarme de frente. Fue solo un segundo, un segundo que me hizo empapar por completo mi ya mojada ropa interior y que casi me hace derramar lo que quedaba de mi taza de café. Al levantar las piernas al sofá Vanessa, en un descuido, me mostró su ropa interior. Llevaba un precioso tanga blanco con encaje en los lados pero no fueron los encajes lo que capto mi atención, ni el hecho de que pese a su pequeño tamaño no dejara a la vista ningún vello púbico lo que no dejaba dudas de que se depilaba aquella intima zona. Lo que me hizo estremecer fue la enorme mancha de humedad que cubría la parte central de su sexo. ¡ Ella estaba igual de excitada que yo!
Sentí un intenso calor brotando de mi entrepierna, subió como la lava de un volcán por mi ombligo y paso por mis pechos poniéndome los pezones de punta hasta brotar de mi boca en forma de suspiro y de palabras. No pude contenerme. La dije lo que me estaba pasando. Lo que acababa de ver. Le hable de nuestras ultimas conversaciones y de la, cada vez más excitante idea de hacer un trío. Le hable de las ganas que tenia de besarla. Me salió todo de golpe. Fue como un orgasmo pero en palabras. No pude contenerlo. No quise contenerlo. Y esperaba, mas bien deseaba, que después de esas palabras ella se lanzara a besarme. No lo hizo. Hizo algo peor que me tiene excitada desde entonces. Me hablo de esta idea.
Me dijo que la idea del trío contigo le atraía. Que también se había fijado en tus atributos en el ascensor y que le parecíamos una pareja encantadora y atractiva. Que ella también se había alterado hablando conmigo y que se le estaba pasando una idea por la cabeza. Me dijo que volviera a mi casa. Que pensara en la idea del trío durante toda la noche pero que no quería que hiciera el amor contigo esa noche, que quería reservarse mi siguiente orgasmo para ella. Le hable de tu costumbre de ir a ver los partidos de fútbol los domingos y entonces se sonrió y me explicó lo de esta nota en el ordenador prometiéndome darme ese beso que tanto deseaba y algo más cuando bajara a su casa el domingo por la tarde.
Aunque me moría de ganas de sentirla en ese momento la idea me resultó tentadora y morbosa. ¿Seria capaz de aguantar sin contarte nada hasta el día siguiente? ¿Estando excitadísima como estaba aguantaría mi deseo de hacerte el amor toda la noche? Uff no sabes lo mucho que me ha costado. Ayer estuve a punto de saltarme el juego y follarte salvajemente en la cama. Esta mañana, durante el desayuno, he estado a punto de volver a sucumbir y decirte lo que habíamos planeado y entregarme a ti sobre la mesa de la cocina. Y durante la comida notaba mi ropa interior chorreando pensando en el poco tiempo que quedaba para sentir a Vanessa en mi boca y que tu recibieras esta sorpresa de la que llevabas tiempo intentando convencerme.
Ahora cariño, voy a bajar a casa de Vanessa. Me he vestido con una camiseta casi transparente sin sujetador, me he puesto unas bragas blancas que ya tengo manchadas y que seguro que Vanessa no tarda en quitarme y unas medias blancas que cuando me las pongo para ti siempre te provocan una erección. Te adjunto fotografía para que veas el resultado por que, cuando bajes a casa de la vecina, ya no tendré nada de esto encima. Empezaremos sin ti y le daré el orgasmo prometido a ella. Te dejaremos la llave de su casa debajo del felpudo. Pasa sin llamar. Las dos te estaremos esperando. Quiero que sepas lo deseosa que estoy de recuperar nuestra activa vida sexual.

Tu, hasta hoy fiel esposa.

Marta

jueves, 23 de julio de 2015

A solas con Zar

Me despierto sobresaltada, sudorosa, asustada. Ese maldito sueño otra vez. Llevo varias noches sufriendo la misma pesadilla. Es el típico sueño en el que te sientes perseguida y ves como tu acosador se acerca más y más a ti por muy rápida que intentes correr. Cuanto más aceleradamente corres, más cerca lo tienes y cuando ya crees que nada puede evitar que te alcance, cuando te fallan las fuerzas y estas a punto de entregarte a tu suerte, entonces despiertas empapada en sudor.
En mi habitación apenas si entra un haz de luz artificial por la persiana. Enciendo la lámpara de la mesilla para cerciorarme que ya nadie me sigue. Solemne estupidez por mi parte pero me deja más tranquila. Tengo la boca seca, pastosa. Me ha entrado sed. Me levanto y voy a la cocina a por un vaso de leche fresca.
Paseo por el pasillo desnuda. Hace mucho calor y he decidido dormir como mi madre me trajo al mundo sobre las suaves sabanas de mi cama. Ni siquiera la he deshecho, por lo menos al acostarme, ya que al despertar de mi pesadilla está toda la ropa de cama por el suelo. Parece que en mi cuarto haya habido una lucha cuerpo a cuerpo, y hace ya varios meses que eso no pasa, por desgracia, en mi cama. Al llegar a la cocina enciendo la luz. Me conozco mi cocina de memoria pero tengo que asegurarme de que allí no hay nadie. Otra estupidez más.
Hace ya cinco años que vivo en aquella casa. Los tres primeros años con el que era mi marido. Ahora no tengo que dar explicaciones a nadie de a donde iba a las tres de la madrugada completamente desnuda por la casa.
De uno de los armarios de encima de la fregadera saco un vaso de cristal. Abro la nevera. Me servo un vaso de leche hasta el borde y me lo bebo prácticamente de un trago. Estoy sedienta. Correr dormida también produce mucha sed. La leche me sienta bien, me tranquiliza. Mi respiración deja de ser acelerada y mis nervios me templan. Me lleno otro vaso para llevármelo a la cama.
Me detengo en frente del espejo del pasillo a decirme lo tonta que soy. A mi edad, treinta y tres años muy bien llevados, y asustada en mi propia casa por una pesadilla absurda. El espejo refleja a una mujer sensata, atractiva, serena y yo en cambio me veo como una adolescente quinceañera al borde de perder la virginidad en su primera cita, asustada y temblorosa. Pese a la reprimenda ante mi misma no olvido encender la luz. Dejo el vaso sobre la mesilla. No me molesto por recoger las sabanas, con este calor no me hacen falta, y me vuelvo a acostar. Cierro los ojos.
Poco a poco el sueño se vuelve a apoderar de mis sentidos. Dejo de oír el ruido de algún coche noctámbulo pasando por mi calle. Mis pensamientos dejan de ser claros y viajan de uno a otro sin sentido. Me quedo dormida. La sensación de angustia vuelve a apoderarse de mí. Noto una fuerte presión en mi pecho. Como si algo me oprimiera los pulmones sin dejarme respirar. Vuelvo a empaparme en sudor. Me siento otra vez asustada. Mi respiración es cada vez más dificultosa. Me resulta muy difícil coger aire. La presión en mi pecho aumenta. Alterada vuelvo a abrir los ojos. Un ladrido acaba por despertarme del todo y veo a mi perro bajarse de mi cama apresurado. Casi más alterado que yo. El pobre se había quedado dormido encima de mí y mi brusco despertar lo ha espantado. Enciendo la luz. No suelo dejarle entrar en mi habitación, seguramente se ha colado al salir yo a la cocina. Me siento en la cama y lo llamo. Más tranquilo vuelve a acercarse y se sube a la cama. Con suavidad lo acaricio y le dejo que se suba en mi regazo. Con voz dulce le echo una pequeña bronca por el susto que me ha dado y con una caricia le pedo perdón por el brusco despertar que le he dado yo.
Aquel perro cavalier king era mi compañero desde que mi ex marido y yo nos separamos. Lo había comprado al día siguiente de que mi ex se fuera. Apenas tenía unos meses. Desde entonces llegar a casa se hacía mucho más agradable. Siempre me recibía alegre y cariñoso. Esperándome a la puerta de casa. No como otros. 
Zar, que así se llama mi perro, una vez pasado el susto que se había llevado el pobre, vuelve a mostrarse cariñoso y zalamero en mi pecho. Yo, con la boca otra vez sedienta por el segundo amargo despertar, cojo el vaso que he dejado en la mesilla y le doy un sorbo. Por mi torpeza varias gotas de leche caen sobre mis pechos y sobre Zar. Instintivamente, y sin pensárselo dos veces, mi perro saca su lengua y lame de mis pechos. Mis pezones reaccionan a aquella lengua áspera. Divertida lo aparto. Lo bajo al suelo y pidiéndole que se este quieto sobre la alfombra me tumbo en la cama y cierro los ojos por tercera vez.
Sonrío al pensar en que aquel perro me había mostrado más cariño en la primera semana conmigo que el patán de mi ex marido en nuestros tres años de matrimonio. En el fondo me alegraba de haberle descubierto revolcándose en el suelo como un animal en celo con la ex vecina del segundo. Aquel día varias cosas pasaron a ser ex. Ahora los dos vivían juntos a las afueras de la ciudad en una casa con jardín. La había comprado ella con el dinero de una herencia inesperada. Estaba segura de que lo había hecho para no tener vecina del segundo, por si las moscas.
El sueño, esta vez, tarda menos en llegar. Los mimos de Zar me han tranquilizado. Saber que está a mi lado me hace sentir más segura aunque sea un pequeño perro adorable. Los lazos de Morfeo me abrazan llevándome, esta vez, a un sueño más tranquilo. Estoy en el monte. Rodeada de flores silvestres. Tumbada sobre la hierba, sintiendo el frescor del rocío. Mirando al cielo. Un cielo azul intenso. La suave brisa de las montañas acaricia mi rostro. Las briznas de hierba danzan al ritmo de la música que toca el viento. Echada entre las flores dejo que sus pétalos me acaricien. Puedo sentirlos rozando mis brazos. Jugando en mi pecho. Puedo sentir la humedad del rocío que de sus hojas pasa a mi piel. Uno de los pétalos roza mis labios. Despierto, otra vez. No es la humedad del rocío lo que me ha humedecido los labios. ¡Es la lengua de Zar!
Mi perro ha vuelto a subirse a mi cama. Se ha acurrucado entre mi brazo y mi costado. Al parecer, después de haber probado la leche en mis pechos, se ha quedado con ganas de más. Ha intentado encontrar lo que buscaba otra vez en mis pezones pero al no encontrarlo ha probado en el último sitio que la leche ha mojado. Mis labios. Y allí ha debido encontrar lo que buscaba. Por que, cuando al despertar abro los ojos, su minúscula lengua pasea de nuevo por mi boca. Es una sensación agradable, cariñosa. Como un suave beso dado por un amante furtivo. Es la caricia más dulce que ha recibido mi boca en los últimos años. Sonriente le dejo a Zar jugar un poco más en mis labios, después con dulzura lo aparto a un lado de la cama. Le digo que le dejo dormir a mi lado si promete estarse quieto. Como es habitual en él no me obedece.
Acabo de volver a cerrar los ojos y ya está, otra vez, lamiéndome los labios. Le dejo hacer, no le aparto, pienso que ya se cansará cuando mi boca deje de saber a leche. Su pequeña lengua me recorre la comisura de los labios. Me hace suaves cosquillas con sus bigotes. Es una sensación placentera. Sorprendentemente, me gusta.
Mi mascota no parece cansarse de lamer mis labios. Yo estoy convencida que hace rato de que en mi boca no queda ni rastro de su postre pero él sigue acariciándome suavemente la comisura con su diminuta lengua. Yo ni me muevo. Me siento atraída por la sensación de aquella áspera caricia. En lo más profundo de mi ser algo me grita que no quiero que mi perro deje de besarme. La idea de volver a mojarme los labios con la leche cruza mi mente. La idea de que estoy loca viene detrás. ¿Qué hago tumbada dejando que mi perro me bese en la boca? No me muevo. Zar sigue jugando en mis labios.
Mi cabeza se debate en una batalla de sentidos. Mi lado cuerdo me dice que aparte a aquel perro de mi boca. Mi lado alocado me dice que vuelva a mojar mis labios en leche no fuera a ser que Zar se cansara de lamer. Mi lado sensato llama loca a mi lado inconsciente. Mi lado travieso pregunta que hay de malo en dejarse besar. Mientras mi mente batalla Zar sigue besándome. Entreabro mis labios.
La delicadeza con la que me acaricia da ventaja a mi lado alocado. Mi lado sensato da ya casi por perdida la batalla pero se resiste a dar por perdida la guerra. No me muevo. Nada en mi da un paso hacia un lado o hacia el otro. Ni me decido a apartar a Zar de mi lado ni me atrevo a mojar mis labios para retenerlo allí. Mi cabeza es incapaz de decidir que hacer en aquella situación tan novedosa. Al final, con la ayuda de Zar, es mi instinto quien decide.
Zar deja de lamerme. No se aleja. Simplemente deja de acariciarme con su pequeña lengua. Se queda quieto. Y entonces mi instinto actua. Sin pensármelo cojo la leche de la mesilla y vierto unas gotas en mi boca. Zar, viendo resbalar su blanco deseo por mis labios vuelve a besarme. Mi instinto ha hecho ganar la guerra a mi lado alocado. Me gusta aquella sensación y no quiero que termine. No por lo menos en ese momento.
Al saborear de mis labios la leche Zar intensifica sus caricias. Su lengua se mueve más rápida por mis labios. Yo sigo con la boca entre abierta. Su lengua es tan pequeña que se cuela entre mis comisuras y golpeaba, a veces, suavemente con mis dientes. El beso me está atrapando. Mi lado alocado ha ganado la guerra al lado sensato y empieza a entablar batalla con la razón. ¿Que pasará si vierto más leche en otras partes de mi cuerpo?
La razón resiste, como muro de piedra, las furiosas envestidas de mi marea alocada. Sin dejar de sentir la lengua de Zar en mis labios recuerdo como minutos antes, cuando mi torpeza manchó de leche mi pecho y la cabeza de Zar, mis pezones habían reaccionado rápidamente a la suave caricia del can. No dudo de que al repetir la sensación mis pezones volverían a reaccionar de la misma manera. ¿Y si lo pruebo? ¿Qué puede pasar? El muro de piedra de mi razón se mantiene en pie. 
La lengua de Zar se desacelera en mi boca. Ya no queda leche en mis labios y mi amada mascota pierde interés. Separo un poco más mis labios para coger un poco de aire y, en ese leve descuido, nuestras lenguas se chocan. Es tal la sensación que se abre una grieta en el muro de piedra y el agua de la locura comienza a dañar su estructura. ¿Qué perdía probando? ¿Sería igual de placentera su caricia? ¿Llegaría a excitarme? La razón tiene la guerra perdida.
Es una locura lo que estoy haciendo pero ya estoy loca. Pongo a Zar en mi regazo. Cojo el vaso de la mesilla y derramo unas gotas por mi pecho que resbalan por mis pezones. Acerco a Zar para que huela su postre. Mi locura habla en mi cabeza pidiendo, por favor, que el can siga hambriento. Su caricia no tarda en contestarme.
Me lame con tanta dedicación. Con tanto cariño. Con tal intensidad. Un suspiro se escapa de mis labios. Mis pezones se endurecen. Zar juega con ellos. Los lame juguetón. Su áspera lengua me arranca un suspiro desde lo más hondo de mi ser. Sus pequeñas uñas, muy bien cuidadas, se clavan en mis muslos. Su suave pelo se roza con mi vientre. Mis pezones se muestran erectos. Dejo caer unas pocas gotas más de líquido sobre ellos.
Estoy excitada. Esa lengua me produce sensaciones que creía tener guardadas en algún rincón olvidado de mi mente. Juega goloso con mis pechos, los acaricia y lame con dulzura e intensidad a la vez. La aspereza de su lengua intensifica la sensación de placer. Me siento humedecer. Mi sexo late. Me muerdo los labios. Suspiros de placer salen de mi boca. ¿Y si llevo a Zar entre mis piernas? Esta vez ninguno de mis pensamientos se opone.
Separo mis piernas. Bajo a Zar sobre la cama. Sus uñas me arañan levemente al intentar separarlo de mi regazo. Separo los labios de mi sexo con dos dedos. Estoy mojada, jugosa. Con la otra mano dejo caer una buena cantidad de leche sobre él. Está tibia. Arqueo un poco la espalda al notarla sobre mi sensible clítoris. Al principio Zar no reacciona. Se queda quieto mirando como el líquido se desliza entre mis muslos y se mezcla con mis flujos. ¿No tendrá ya hambre? ¿Mi olor le despista?
Con una de mis manos le acerco más su linda cabecita. Puedo sentir su aliento. Una suplica, pidiéndole que lama, me sale de las entrañas. Por una vez obedece y un profundo jadeo me derrumba sobre la cama.
A Zar no parece importarle que su postre favorito esté mezclado con el sabor de mi placer. Lame con ganas. Su minúscula lengua me recorre de arriba a abajo. Mi sensible clítoris reacciona a cada roce de esa áspera lengua endureciéndose y provocándome pequeñas convulsiones. Me siento al borde del clímax. Necesito alcanzarlo. Vuelco el resto de la leche sobre mi coño empapado. Abro mis piernas lo más que puedo. Entre gemidos de placer le digo a mi amante que no pare. Obedece y eso me llena de placer. Mi espalda se arquea. Me ofrezco completamente a su lengua. Le entrego cada gota de placer que mi sexo vierte. Rezo por que no se detenga en este momento. Sólo necesito unos cuantos golpes mas de su lengua en mi hinchado clítoris para llegar al orgasmo. ¡Sigue Zar, no pares ahora! ¡Hazme correr! Unos golpecitos mas de tu lengua. Dame unos golpecitos mas. Así, muy bien, asiii. No pares ahora. Ya viene, ya viene…¡Me corro! ¡Joder, Zar, me corro!
Sudorosa, relajada, satisfecha como es difícil de explicar, me dejo caer sobre la cama. Mi perro, mi amado perro, se ha convertido, por esta noche, en mi amante más fiel. ¿Será una locura transitoria?

viernes, 17 de julio de 2015

Pensando en mi novio.

La tarde es calurosa. Está ya bien entrado el verano. Yo llego a casa del trabajo sofocada. Pasear por la calle, con mi traje de ejecutiva agresiva, con treinta y cinco grados a la sombra es demasiado para mí. Lo primero que hago al entrar en casa es quitarme la ropa, estoy tan cansada que mientras lo hago me dejo caer sobre la cama quedándome un rato en camiseta y ropa interior dejando que me de el poco aire que entra por la ventana de mi habitación. Estoy empapada en sudor así que decido darme una ducha de agua fresca.
Una ducha que refresca mi piel, relaja mis músculos de un día de tensión y que arrastra mi malestar por las cañerías del baño haciéndome recuperar mi buen humor habitual Mucho más animada, sin la sensación de ropa pegada a la piel y ya tranquila, después de un día duro y estresado, cojo una camisa, que mi novio se había dejado en el armario antes de salir de viaje, y me la pongo. Es blanca, con amplios botones y de manga corta. Me queda grande y me tapa por debajo de las rodillas lo que me permite ir por la casa sin ropa interior. Es cómoda y fresca y todavía tiene su olor. Ese olor que mi novio desprende cada mañana al salir de casa, ese olor que se acuesta a mi lado cada noche y yo abrazo. Lo echo mucho de menos. Hace ya mes y medio que, por motivos de trabajo, mi novio ha tenido que salir de viaje al extranjero para tres meses. Es una oportunidad que no puede dejar escapar y la cogió. Yo lo animé. La casa está muy vacía sin él. Se me hacen enormes aquellas cuatro paredes sin su sonrisa llenándolas. Pero aun queda otro mes y medio para que mi soledad se convirtiera en sonrisas y besos.
Voy a la cocina a prepararme la cena. Abro las ventanas. El calor es, pese a lo avanzado ya de la tarde, insoportable. La luz solar ya apenas ilumina las calles y todo empieza a teñirse de rojizo y aun así el calor se cuela por la ventana, como un ladrón intentando robar el poco aire respirable que queda en la cocina. Las farolas de mi calle despiertan. Abro la puerta de la nevera. Un golpe de aire fresco me hace cerrar los ojos y estar unos segundos parada delante de la puerta abierta de mi frigorífico con el pensamiento, casi el deseo, de colarme dentro de aquel pequeño espacio refrescante. Después saco todo lo necesario para prepararme una ensalada. Una lechuga, unos huevos y unas patatas cocidas, unas aceitunas, un poco de tomate y una lata de bonito. Ya lo tengo casi todo preparado, cortado y pelado de la noche anterior y sólo tengo que ponerlo en un bol y cenar tranquila. Estoy poniendo todo cuando al mirar por la ventana lo veo.
Mi vecino de enfrente tiene la luz de su cuarto encendida. Nuestros bloques no están muy separados el uno del otro y si no se tiene cuidado te pueden observar todo lo que haces. Más de una vez me he visto sorprendida caminando por mi casa en ropa interior y con varias miradas curiosas al otro lado de la ventana fijas en mis pasos. Desde mi cocina se ve bien su cuarto. Tiene las cortinas abiertas y la persiana levantada. Está desnudo, tumbado sobre la cama y mira fijamente hacía el otro lado de la habitación. Por su estado de nerviosismo comprendo que a ese otro lado tiene que haber algo que le altera. Está empalmado, tenso, excitado. Incluso desde mi cocina se le nota sin ninguna duda. No tardo en descubrir el motivo de su turbación.
Una joven rubia de alrededor de metro setenta, escultural y con insinuantes curvas se contonea delante de la cama al ritmo de una música que solo debe sonar en su cabeza y, con suaves movimientos y muy sensual, se va desnudando lentamente. Cuando se acerca a la cama y entra en mi campo de visión sus pechos bailan al aire y su minifalda se desliza por sus piernas al ritmo de sus caderas acercándose lentamente al suelo, dejando al descubierto un pequeño tanga, color rojo, que dejaba muy poco a la imaginación y mucho a la vista de un, ya más que nervioso, vecino mío. Estoy convencida de que el juego lleva ya un rato teniendo lugar. La chica esta deleitándose haciéndose desear, haciéndolo sufrir de deseo.
La joven sigue bailando. Yo le miro a él. Se acaricia despacio y cada vez se le nota más duro y excitado. La verdad es que, incluso visto desde mi ventana, mi vecino esta bien dotado. Sin poder evitar sonreír me acuerdo de mi novio. Mi chico no carece de encantos tampoco. Muchas veces me divierto provocándole en un lugar publico y notando como un bulto enorme deforma su pantalón. El pobre siempre se empeña en intentar esconderlo, muerto de vergüenza. Es muy tímido, pero esta demasiado bien dotado como para que no se le note y yo disfruto muchísimo de verlo sin poder reprimir sus deseos por mi. ¡ Dios como lo echo de menos!
La joven rubia se sube a la cama completamente desnuda, gateando sobre las sabanas y, sin pensarlo dos veces aparta la mano de mi vecino, que seguía acariciándose, y acercando su boca a aquel buen pedazo de carne se la va tragando despacio. Él empieza a gemir. Ella se esmera en recorrer cada centímetro de aquel sabroso trozo de carne y parece que los gemidos de mi vecino la están excitando sobre manera porque desliza una de sus manos entre sus propias piernas y empieza a acariciar su sexo sin dejar de comerle la polla a mi extenuado vecino.
Me aparto de la ventana. Verles así y pensar en las veces que yo hago eso mismo con mi novio me está poniendo mala. Decido centrarme en la ensalada y dejar de pensar. Centrarme en cenar, en recoger la cocina y en irme a la cama a descansar a la espera de otro día agotador que me espera mañana.
No puedo, es demasiado tarde. Ya no me puedo sacar a mi novio de la cabeza. Llevo mes y medio sin sus besos, sin sus caricias, sin su olor, sin el suave roce de su piel contra la mía, sin poder saborear aquel bulto que deforma su pantalón. Al pensar en ello no puedo evitar volver a sonreír. La verdad es que estoy bastante necesitada de los atributos de mi novio.
Recuerdo que la noche anterior antes de irse nos desahogamos pensando en el tiempo que íbamos a estar sin vernos. Hicimos el amor toda la noche. De varias maneras. Sus manos me recorrieron entera. Sus labios dibujaron cada poro de mi piel. Su lengua humedeció todo mi cuerpo.  Su sexo me llenó hasta lo más profundo de mi ser. Aquella noche fue una locura. Acabe agotada, pero muy feliz. Lo amaba y lo deseaba con pasión. Y ahora no lo tenía y cada vez me hacía mas falta. Pese a aquella sesión de sexo desenfrenado de la que los dos disfrutamos mes y medio era demasiado tiempo.
Pensar en él, en aquella noche y en lo que hicimos me hace suspirar y humedecer. Intento pensar en mi cena y en las cosas que me quedan por hacer en la casa antes de acostarme. Tengo bastante ropa que meter a la lavadora. La casa está sin recoger del día anterior. Tengo que preparar unos informes para el trabajo.
Es imposible, me muerdo los labios nerviosa, aprieto mis piernas para no sentir los latidos de mi sexo pero no puedo evitar humedecerme. Mi necesidad y mi deseo son mayores que mi poder de concentración. Curiosa y alterada, picara y traviesa, pensativa y morbosa, vuelvo a mirar por la ventana.
Mi vecino posee a aquella rubia exuberante. Se mueve cadenciosamente sobre ella. Lo hace muy despacio. Dejando que cada centímetro de su sexo se deje notar al entrar y al salir. Lo hace sin prisas. Disfrutando del momento. La besa apasionado sin dejar de moverse sobre ella. Sus manos están entrelazadas. Su cuerpo la cubre casi por completo. Yo apenas si la intuía debajo de él. Alterada y deseosa, me dejo llevar por mis instintos. Necesito una buena dosis de placer y se que yo misma puedo dármela. No es lo mismo que estar con mi novio pero me servirá para desahogar mi, desatendida, lívido.
Me olvido de la ensalada y, sin dejar de mirar por la ventana, me empieza a acariciar suavemente mis pechos por encima de la camisa. Aprovecho aquella escena de deseo que me ofrece mi vecino y su acompañante para terminar de excitarme y notarme empapada entre las piernas. Después, dejando a una de mis manos investigar bajo la camisa, compruebo lo mojada que estoy y, con esa humedad en mis dedos, vuelvo a acariciar mis pezones. Esta vez, por debajo de la ropa. No tardan en endurecerse, en mostrarse altivos y deseosos. Imagino a mi novio apretando mis pechos entre sus labios. Cada una de mis caricias en mis sensibles pezones me hace suspirar de placer. Estoy caliente, muy caliente pero esta vez no me importa estar bañando mi piel en sudor. Es un sudor placentero y estoy tan deseosa que ya la escena de mi vecino con la rubia tetona deja de interesarme buscando un placer mayor que el que me proporciona ejercer de voayeur.
La escena ha despertado mi lado morboso y travieso. Decido jugar con mi propio cuerpo. Masturbarme despacio, lenta y pasionalmente hasta alcanzar el orgasmo o los orgasmos que mi cuerpo deseoso me pida. Recuerdo que lo que más caliente suele poner a mi chico es verme masturbando mi culo para él e, imaginando tenerlo a mi espalda, empiezo a hacerlo. Lo primero que hago es humedecerme los dedos entre mis piernas y, con ellos empapados, lubricar la entrada de mi culo. La sensación de mis yemas humedecidas, en aquel pequeño orificio de mi ser, me hace suspirar. Muchas veces mi chico ha jugado de la misma manera en él. Siempre se entretiene en lubricármelo muy bien por que sabe que sentir sus dedos dibujándomelo me pone a mil. Lo vuelvo a sentir a mi espalda. Casi puedo sentir su respiración sobre mi piel sudorosa. Noto como poco a poco, ayudado por la humedad y el roce de mis dedos, se va dilatando y, ya casi sin querer, siento como uno de mis dedos se introduce en él. Lo dejo entrar hasta lo más profundo y, no siéndome suficiente, busco una postura mejor que me permita llegar más dentro de mi cuerpo. Cierro los ojos, es como sentir sus dedos explorando mi ser. ¡ Como lo necesito! ¡Joder!
Me pongo de rodillas en el suelo de mi cocina. En esa postura mi culo se ofrece mejor a mis deseos. Dejo que dos de mis dedos jueguen a placer en su interior lo que me mantiene jadeando sin parar. Noto mi sexo latir deseoso y envidioso de aquellos dedos. Estoy totalmente empapada y gotas de mi placer mojan ya el suelo de la cocina que gotean directamente de mis sexo abierto mientras otros resbalan por mis muslos separados. Mis dedos ya no me son suficientes, estoy demasiado caliente y necesito algo más. Algo que se asemeje al miembro erecto y duro de mi pareja. Nerviosa abro la nevera.
Busco con la mirada algo que me pueda servir. Tardo en encontrarlo, pero al final, en una bolsa que hay en el cajón de abajo encuentro lo que busco. Saco de la bolsa una zanahoria. Tiene el tamaño perfecto. Ni excesivamente grande cómo para no poderla usar en mi delicado culo ni tan pequeña como para no darme el placer que busco. Nerviosa y con prisas la limpio. Sin embargo, despacio, sin prisas, y después de humedecerla entre mis labios inferiores, y de protegerla con un preservativo, la deslizo entre mis nalgas dejando que lentamente me folle.
Pienso en mi novio, en lo caliente que verme así le pondría y en lo poco que tardaría en poseerme lujurioso y completamente salido, allí mismo, en medio de la cocina. Mi primer orgasmo se acerca. Brota ya de mi vientre y se acerca al borde de mi coño. Acelero el ritmo de mi mano para follarme más deprisa, buscando aquel instante de placer intenso entre gemidos ahogados y entrecortados. Mi culo se tensa, mis piernas se aprietan, mi coño se contrae. Necesito rozar mi clítoris para alcanzar el orgasmo. Solo con la estimulación anal, por muy fuerte que me folle, no llego nunca a correrme aunque este al borde, cómo ahora mismo. Dejo la zanahoria profundamente hundida en mi culo y llevó mi mano a mi deseoso coño. Sin rodeos me masturbo pasando los dedos por encima de mi clítoris hinchado. Mi primer orgasmo esta al llegar. Lo noto, Ya viene. ¡Me corro! ¡Joder, me corro!
Tardo unos segundos en recuperar la respiración. Sigo con la zanahoria clavada entre mis nalgas y prácticamente tumbada en el suelo de la cocina. El orgasmo ha sido intenso y muy placentero pero mi coño, estimulado por mis caricias parece suplicar un poco mas de atención. Cierro los ojos. Sonrío recordando lo que una vez pasó con mi novio en el mismo sitio donde yo ahora me encuentro.
Aquel día llegó a casa del trabajo y me pilló en la cocina preparando la cena. Sin decirme nada se puso a mi espalda y apretándome las tetas empezó a rozarse con mis nalgas. Llegaba ya empalmado y no me dejo ni siquiera preguntarle que hacía. Simplemente me bajo la ropa y empezó a follarme salvaje y descontrolado. Fue tanto el placer que me dio aquel polvo imprevisto y salvaje que me corrí casi enseguida y me fallaron las piernas. Me tumbé en el suelo y él se masturbo de pie delante de mí corriéndose casi seguido y dejando que su leche me empapara entera.
Pícara volví a abrir la nevera y saqué un brik de leche. La leche va a ser la corrida de mi novio esta noche. Aunque está este fría y la de mi novio aquella noche fuera lava de volcán ardiente. Saco despacio la zanahoria de mi culo y me tumbo boca arriba. Desabrocho la camisa y vierto un poco de leche en mis duros pezones. Imagino a mi novio llegando al orgasmo sobre mi como aquella noche. Dejo caer un poco más de leche en mi ombligo. Llenándolo, rebosándolo. Unas gotas de leche sobre mi cara me hacen sentir que mi chico se esta corriendo en mi cara. Después echo mas cantidad entre mis piernas. Es como sentir a mi novio vaciándose sobre mi. Ya no puedo más.
Busco con mis dedos esa leche mezclada con mis flujos y me la llevo a la boca. Tiene un sabor más dulce que el que había descubierto al probar el orgasmo de mi novio mezclado con el mío.
Me gusta y me chupo los dedos golosa e insaciable. Mi cuerpo, mi ser, mi sexo me piden volver a llegar a un orgasmo que me vacíe por completo. Me subo a la mesa de la cocina y allí encima abro lo más que puedo mis piernas. En el suelo de la cocina se ve un pequeño charco de mis flujos y de la leche mezclados. Estoy descontrolada. Necesito follarme duro. Lo hago. Con una de mis manos froto y pellizco mi clítoris. Con la otra dejo que tres de mis dedos me penetren. Me muevo a un ritmo vertiginoso. Salvaje. Bestial. El mismo ritmo con el que mi novio me hizo suya aquel día. Mi boca solo deja escapar gemidos de placer. Mis ojos cerrados me llevan a sentir a mi novio sobre mi. Mis piernas tiemblan. Mis pechos se balancean al aire. Mi espalda se arquea y mi cintura se mueve acompasadamente con mis dedos. Todo mi cuerpo es puro placer y deseo. Me muerdo los labios. Otro orgasmo se acerca. A veces me gusta disfrutar de ese momento en el que todo el cuerpo se detiene esperando ese orgasmo y me dejo de tocar para alargarlo un instante pero hoy no puedo, el orgasmo que se acerca es mucho más intenso que el anterior. No puedo, ni quiero retenerme, quiero reventar de placer. Mis tres dedos me follan, mi otra mano ya no acaricia si no que restriega mi clítoris vigorosamente. Ya viene. ¡Ya viene! ¡Joderrrrr! ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Me corrooooo!
Es tan intenso que casi me deja sin respiración. Unos momentos después del orgasmo mi coño sigue expulsando flujos en pequeños espasmos de placer que desbordan la mesa y los hace caer al suelo. Agotada y satisfecha me dejo caer sobre la mesa.
Suspiro, lastimosamente, pensando que aún me queda otro mes y medio para sentir así a mi novio y sonrío al pensar que necesitaré, en aquel tiempo, más de aquellos consuelos caseros y solitarios. Ya más relajada y recuperando la respiración abro los ojos y miro por la ventana buscando el aire fresco de la ya noche cerrada. Mi vecino y su amiga me miran atentos desde el alfeizar de su ventana. Les sonrío. Se han ganado el espectáculo. Ellos lo empezaron.

miércoles, 15 de julio de 2015

Una noche inolvidable

No me apetecía nada quedarme en mi casa. Después de una semana intensa de trabajo lo que menos necesitaba era quedarme encerrada viendo la aburrida televisión.
Mis amigas, las que no habían quedado con sus novios para ir “al cine” como decían ellas cuando en realidad querían decir ir a follar a la parte de atrás de su coche, habían decidido quedarse en casa. Estaban cansadas decían. Yo también estaba cansada. Cansada y aburrida de no salir. Así que busque en mi armario mi conjunto de ropa interior más sexy, un bonito vestido de color negro, unos zapatos de tacón alto y me arregle para salir.
Decidí ir a un local con buena música y tomar algo. No tenia la costumbre de ir sola a un bar, siempre solía ir acompañada por mis amigas, pero el solo pensamiento de ir provocativa y seductora y dejar que me observaran decenas de ojos mientras me tomaba una cerveza en la barra, me había producido una excitación y un cosquilleo en la boca del estomago incontrolable.
Elegí aquel local precisamente por aquel motivo. Sabía que allí iba mucho chico atractivo como buitre leonado en busca de su presa. Les dejaría intentarlo a los pobres incautos. Me gusta ser deseada. Me excita. Pero sobre todo me vuelve loca su cara de desolación cuando les dices que otra vez será. Pero aquella noche mis planes se trastocaron.
No había dado ni el primer sorbo a mi cerveza fría cuando ya tenia a varios pretendientes a mí alrededor. Era divertido verles y observar sus pocas dotes de seducción. Con mano izquierda me fui deshaciendo de ellos uno a uno mientras apuraba mi cerveza. Entonces se acercó él.
Era atractivo. Sumamente atractivo. Moreno, atlético, con mirada profunda y seductora y unas canas a la altura de su sien que en lugar de envejecerlo le daban cierto aire intelectual muy sensual. Agradada por su porte le deje acercarse un poco mas que a los demás. Incluso le permití tomar asiento a mi lado. Su conversación era interesante. Era directa, clara, sin preguntas banales que esperan respuesta banal buscando que bajes la guardia para preguntarte si quieres enrollarte con él. Si tenia que decir algo lo decía. Sin esconderse tras frases bonitas de cartón piedra. No dudo en admirar mis ojos y mis tetas por igual sin importarle lo grosero que pudiera llegar a parecerme que se hubiera fijado de aquella manera tan directa en mis pechos. Cierto era que yo lucia un provinente escote acorde con su comentario pero en lugar de resultarme grosero o soez me resulto gracioso, divertido, incluso apropiado. Terminamos hablando de sexo. Allí, sentados en la barra.
En ningún momento intentó acercarse mas a mí, ni por un instante puso una mano disimuladamente sobre mis rodillas o intentó besarme. Se limito a hablar de fantasías, morbo, deseo, lujuria, y a escuchar cada una de mis palabras. La conversación estaba resultando de lo más caliente. Me sentía tremendamente excitada. Podía sentir como mi corazón se aceleraba en mi pecho y el deseo me hacia humedecerme los labios mas de lo necesario. A cada palabra suya o comentario me sentía más y más ardiente. Si no fuera porque estábamos rodeados de gente hubiera comenzado a masturbarme. Sentía brotar de mi sexo ese deseo que te invita a acariciarlo, a rozarlo con la yema de tus dedos, a introducir tu mano debajo de tu ropa interior y masajear tu clítoris hasta alcanzar el clímax del orgasmo. Sentía aflorar de mi sexo las gotas del placer expulsadas por pequeñas contracciones de mi entrepierna que intentaba disimular con un cruce sensual de mis piernas.
Entonces, llevada por la excitación del momento, por esas ansias de tocarme y provocarme placer que tenía que controlar salió de mi boca un deseo que hasta aquel momento y con aquel desconocido yo creía inconfesable.
— En el fondo, lo que más morbo me da, es sentirme como una perra sumisa.
Las palabras brotaron de mis labios sin que me diera tiempo a detenerlas. Cerré la boca tras ellas buscando atraparlas antes de que llegaran a sus oídos pero fue demasiado tarde. El las escucho atentamente. Se giró, me miró con aquellos ojos penetrantes y me sonrió con una sonrisa tan calida y cómplice que me hizo empapar mi bonito conjunto de ropa interior.
Y entonces me soltó aquella pregunta que me hizo paralizarme y humedecerme por igual. Lo hizo como había hecho durante toda la noche, sin medir las palabras. Sin parapetarse tras ningún escudo de censura. Directamente y sin cortapisas.
— ¿Te gustaría ser una perra sumisa esta noche para mi y mi pareja?
Tarde un mundo de segundos en contestar. No se ni que pasó por mi cabeza en aquel instante. Al final, tras una eternidad, conseguí recuperar el hablar e interrogarle por su pareja.
Sinceramente no era algo que me hubiera molestado, al contrario, había aumentado aun más mi curiosidad. El tampoco se sintió para nada cohibido mientras me comentaba que no había acudido solo al local y que había sido, precisamente su chica, la que le había animado a acercarse a mi. Le pregunte por qué y él solo me contestó con un “ella tiene un don especial para estas cosas” que yo no llegue a entender muy bien en un primer momento.
Me miró fijamente y me repitió la pregunta. ¿Quieres ser nuestra perra sumisa esta noche? Sus palabras, que en cualquier otro momento, lugar y situación, le hubieran costado un sonoro bofetón lograron encenderme hasta sobrepasar mi límite de la decencia y el decoro y asentí con la cabeza llevada por un estado de ensoñación que me producía la droga de deseo que emanaba de mi sexo y mojaba mis muslos.
Se levantó y me invitó a seguirle hasta la puerta del bar. Le seguí de manera inconsciente y obediente, como si ya me estuviera metiendo en mi papel de sumisión. En la puerta del bar nos esperaba un coche. Una joven, de pelo negro azabache que le llegaba sobre los hombros, cortado en una media melenita, con los labios pintados de un rosa pálido y la mirada encendida y ardiente, estaba al volante.
El me abrió la puerta trasera del coche. Me pidió que me sentara en el asiento de atrás y que guardara silencio. Obedecí.
Durante el trayecto no pronuncie palabra. Ellos hablaron entre si. Hablaban de mí pero lo hacían como si yo no estuviera sentada detrás, como si no pudiera escucharles.
— Tenías razón, es una obediente sumisa.
-—Ya sabes cariño que no suelo equivocarme. Se le veía en los ojos.— contestó ella con una voz calida, sensual, dulce y juvenil que me sedujo.
Ella era bastante atractiva. No era exuberante, ni un bellezón. Ni siquiera tenía muchas curvas. Pero su conjunto, ese cuerpo menudo y atlético, su cara de niña traviesa, su mirada entre dulce y lasciva, su voz cálida y sensual y ese halo de mujer misteriosa y dominante que la rodeaba, le hacían sumamente deseable.
— ¿Crees que dará la talla esta noche?
— Estoy convencida. Sabe obedecer y sabrá satisfacernos. Mírala, ya estamos llegando y no ha dicho ni palabra. Sabe estar callada y obediente cuando toca estarlo. Además es sumamente atractiva.— Su referencia a mi me hizo sonrojar. Sentía mi corazón latiéndome en mi pecho acelerado por la mezcla de miedo y excitación que sentía. ¿Que harían aquellos dos desconocidos conmigo?
Subimos a su casa. Ellos caminaban delante de mí mientras yo les seguía a un par de pasos de distancia. El tenía un caminar de hombre deportista. Ella caminaba con un contoneo sensual de sus caderas. No se giraron a mirar si les seguía ni una sola vez. Sabían que lo hacia. Algo en ellos me hacia obedecerles sin preguntar.
Solo cuando subimos en el ascensor me pusieron delante de ellos colocándose los dos a mi espalda. Sentía sus ojos fijos en mí.
— No te gires y no te muevas.— Fueron las siguientes palabras que oí.
Entonces sentí como unas manos masculinas me agarraban el vestido por la cintura y lo empezaban a subir. Mis piernas fueron quedando centímetro a centímetro al descubierto. Podía sentir los ojos de ella clavados en mi piel. Era como si pudiera sentir el calor de su mirada acercándose a mis muslos. No me moví. Le deje subirme el vestido hasta que mis nalgas y la poca tela de mi tanga que asomaba por aquel lugar quedaron al descubierto.
No podía creerme que estuviera en aquel ascensor con aquellos dos desconocidos y con el vestido subido hasta la cintura dejándome observar como una pieza de ganado puesta en venta pero, además de dejarme, me estaba excitando sobre manera la situación. Me temblaban las piernas por los nervios y por la excitación. Sentía la mirada de ambos clavada en mis firmes nalgas.
— Separa un poco las piernas. — Como si sus palabras fueran directas ordenes a mi cerebro mis piernas se separaron. Juro que yo no di la orden a mi cerebro para que lo hicieran pero abrí un poco más mis piernas.
Sentí una mano femenina acariciando mis muslos. Era una mano menuda y fría que vino a calmar el ardor de mi piel.
— Si, creo que esta vez he acertado de lleno.— La voz calida y femenina de ella sonó muy cerca de mi oído. Me hizo estremecer.— Creo que hemos dado con una ideal perra sumisa para esta noche, cariño.
Oír de su boca las palabras perra sumisa me hizo morderme los labios. Aquella habia sido mi fantasía durante muchos años. No podía creer que se estuviera haciendo realidad. Si supieran las veces que me había masturbado pensando en oír aquellas palabras, en como seria la sensación que provocarían en mi cuerpo. Ahora puedo decir que eran mucho mas excitantes de lo que jamás habia imaginado.
Dejaron caer otra vez mi vestido justo en el momento que el ascensor se detenía. Había sido el trayecto de doce pisos más excitante de mi vida. Tenía unas ansias locas de tocarme, de que me tocaran, de que me besaran, de follar.
Salieron tras de mi y abrieron la puerta de una casa. Me invitaron a pasar. Nada mas cruzar el umbral de la puerta cerraron con llave. Solo saldría de allí cuando ellos quisieran.
— Quítate toda la ropa.
Otra vez sus palabras fueron suficientes para que mi cerebro obedeciera. Lentamente deje caer al suelo mi vestido y me quede en ropa interior. Después me descalce y me quede quieta.
— Toda la ropa. El sujetador y el tanga también.
Siempre era él quien me daba las órdenes. Siempre mi cerebro obedecía. Me solté el sujetador. Mis pechos quedaron libres y erguidos. Mis pezones estaban duros como su un hielo hubiera pasado por ellos segundos antes. Después me quite mi tanga. Sentía otra vez aquellos ojos clavados en mi piel.
Ella se agachó y cogió mi tanga del suelo. Después me rodeó y se puso frente a mí. Clavó sus ojos en los míos. Instintivamente agache la mirada.
— Así me gusta zorra, que muestres tu sumisión hacia mí. — Otro insulto que brotó de su boca. Otro espasmo en mi sexo.
Se quedó frente a mí observándome mientras olisqueaba mi tanga. Estaba segura de que olía fuertemente a sexo. Ahora completamente desnuda como estaba notaba la humedad de mis flujos en mis muslos. Mi tanga debía estar completamente humedecido y ella lo olisqueaba.
— La zorrita esta muy caliente, cariño. Su tanga huele a gloria, a perra en celo.
Él se sonrió mientras pasaba a mi lado y se metía en la cocina. Desde el pasillo pude ver que la casa tenia tres habitaciones, un salón, una cocina pequeñita y calida y un baño.
Ella no dejaba de mirarme fijamente mientras jugueteaba con la tela de mi tanga en su cara. Cuando, por fin apartó mi ropa interior de su rostro, su cara quedó brillante. Pensar que el brillo de su cara era de mis flujos me hizo poner más cachonda de lo que ya estaba. Sentía mi cuerpo arder, mi corazón bombeaba sangre acelerado, mis piernas temblaban, mis muslos se entreabrían y contraían involuntariamente con espasmos que hacían latir mi sexo. Estaba tan caliente y excitada que un solo roce de la yema de mis dedos sobre mi hinchado clítoris me hubiera llevado al orgasmo.
Y juro que deseaba tocarme con todas mi fuerzas, con todas mis ansias, con todo mi ser y si no lo hacia era por un solo motivo. Nadie me lo habia mandado aun.
El salió de la cocina.
— Túmbate boca arriba en la mesa del salón.
Como una autómata obedecí. Entre en el salón y ví una mesa de cristal. Me dirigí hacia ella y me senté en el borde. El cristal estaba frió. Mis nalgas se contrajeron al contraste del frió cristal con el calor de mi piel. Mis pezones se pusieron firmes como un escuadrón de soldados a la orden de su superior. Después me tumbe lentamente apoyando mi espalda que se arqueaba por el frió hasta que me fui acostumbrando y finalmente quede tendida boca arriba como me habían ordenado.
Ella tomó asiento a mi izquierda. El, con un plato en la mano, se sentó a mi derecha. Entonces supe para que me habían mandado tumbar.
El empezó a servir la cena sobre mi piel. Primero unos pequeños trozos de carne que aun estaban calientes me hicieron contraer la espalda y un leve quejido escapó de mis labios.
— Dile a esta perra que como me deje sin cena la castigare.
— Ya has oído. Estate quieta, completamente quieta. Hoy serás nuestra mesa.
Me quede inerte, estática, como ellos querían. Acabó de servir la carne sobre mi estomago, rodeando mi ombligo. Después llenó este con una salsa tibia. Sacó un bote de nata, lo agitó con fuerza y lo sirvió sobre mis erguidos pechos. Ahora era frió la sensación que me recorría. Me mordí los labios. Mis tetas reaccionaron al instante, mi sexo también. No podía verlo pero si sentir como las primeras gotas de elixir de mi coño bajaron por mis muslos y cayeron a la mesa.
Con fresas cortadas por la mitad acabo de decorar mis pechos. Por ultimo, y cuando menos me lo esperaba, coloco un tazón helado sobre mi sexo, entre mis muslos, apoyado en mi clítoris. Fue tan fuerte la sensación que mi espalda se arqueo involuntariamente y uno de los trozos de carne resbalo hasta la mesa. Instintivamente la mire a ella con cara de pedir disculpas por mi torpeza.
— ¿No sabes estarte quieta zorra? Cuando termine de cenar te castigare.— Cerré los ojos en señal de comprensión. ¿Qué me pasaba? ¿Por qué me dejaba someter de aquella manera? ¿Qué poder estaban ejerciendo sobre mí para que me comportara así? ¿Por qué solo con la idea de ser castigada por aquella mujer me excitaba aun mas?
El calor de mi entrepierna no tardó en mitigar el frió del tazón. Los dos comían de mi cuerpo mientras hablaban sobre cosas banales, otra vez como si yo no estuviera allí, como si mi cuerpo no estuviera desnudo sobre la mesa y de mi sexo no brotaran flujos que mojaran el cristal de su mesa de salón, como si la cara de ella no brillara todavía con mis flujos. Deseaba tocarme con todas las fuerzas del mundo, masturbarme hasta estallar en el mas bestial de mis orgasmos como cada vez que en mis sueños habia tenido aquella fantasía. Necesitaba correrme o iba a volverme loca de puro placer.
Sentir sus manos cogiendo la carne de mi estomago, sentir como la hundían en mi ombligo para untarla en la salsa, notar como cogían, después, trocitos de fresa y los pasaban rozando mis pezones para mancharlos en nata, estaba siendo la más erótica y sensual de las torturas.
Mis muslos se contraían pidiendo ser acariciados. Mis pechos clamaban al cielo besos y caricias aunque fueran furtivas. Mi respiración era entre cortada, acelerada, excitada. Me sentía tan húmeda que hasta deseaba que aquella tortura de cena se terminara y comenzara mi castigo por mi torpeza. Deseaba ser castigada si eso era necesario para que me tocaran.
Terminada la cena me ordenaron levantarme. De pies al lado de la mesa observe avergonzada el charquito de flujos que habia dejado sobre el cristal. Era un charquito denso, abundante, vivo reflejo de mi estado.
Ella me miró desafiante. No le hacia gracia que mis flujos mancharan su mesa.
— Límpialos con la lengua, perra. Ese será tu castigo por tu torpeza.— Me agache e iba a empezar a lamer cuando sentí un azote en mis nalgas. La piel me empezó a arder. Sorprendida levante la cabeza.— Así no. A cuatro patas sobre la mesa, zorra.
Con el culo enrojecido por el azote y mi sexo borboteando flujos, por oír de su boca aquellos insultos que me encendían, me subí de rodillas sobre la mesa y como una gata en celo empecé a lamer mis flujos. Una gata no, como una perra en celo, como su perra en celo. Lamí y chupe hasta que no deje nada sobre el cristal aunque nuevos flujos, más densos si cabe, resbalaban por mis muslos solo con sentir sus miradas clavadas en su perra sumisa. Clavadas en mí.
Cuando satisfecha de mi misma, de mi trabajo como perra obediente, levante la cabeza del cristal me sorprendí al encontrarme con el miembro erecto de él cerca de mi cara. Estaba tan concentrada en mi labor de limpiar la mesa con la lengua que ni me habia dado cuenta de que él se habia desnudado.
— Ahora chúpamela a mi.— Me ordenó con esa voz varonil y sin adornos con la que me habia seducido en el bar. Deseosa de tenerla en mi boca obedecí.
Se la chupé con dedicación y mimo. Como una niña pequeña que se lleva una piruleta enorme a la boca, que viendo que no le entra bien del todo se dedica a pasarle la lengua de arriba a abajo. Lo hice con tanta dedicación que no tarde en arrancarle gemidos de placer y en notar como sus venas se tensaban. Entonces deje de comportarme como una niña y me comporte como la zorra que deseaban que fuera, y que yo misma deseaba ser, y me la metí hasta el fondo de mi garganta lo que le hizo temblar las piernas. Para no caerse se sujeto con las manos en mi cabeza y, agarrándome del pelo, me obligó a seguir tragando aquel trozo de carne sabroso y jugoso que desprendía gotas de flujo.
Ella no decía nada. No podía verla pero suponía que estaba atenta a cada uno de mis movimientos. El empezó a mover sus caderas y con sus manos sujetaba mi cabeza follándome la boca. Aguante sus embestidas. Me sentía tremendamente caliente, deseaba que se corriera en mi garganta, tragarme toda su leche, notarla bajar por mi laringe hasta mi estomago. Devorarlo. Pero cuando pensé que iba a reventar en mí boca me la arrancó de entre mis labios y se separó de mí dejándome encima de la mesa arrodillada e insatisfecha.
La mire a ella. Se habia desnudado. Estaba preciosa. Su cuerpo desnudo era mas bello aun que vestido. Sus pechos eran perfectos, redondos, con unos pezones rojizos que parecían dos rubíes. Me miraba desafiante. Como una dueña a su mascota. Como una ama a su perra. Yo agache la mirada. Y, con la vista fija en la mesa y sintiendo mis flujos derramarse por mis muslos y mi sexo latiendo, suplique.
— Por favor, follarme. Follarme ya por favor, lo necesito.
— ¿Cuando le hemos dado permiso a esta perra para hablar?— dijo ella con voz de enfado y desden.
— Nunca.- Contestó él.— Creo que deberías castigarla por su torpeza.
Ella asintió con la cabeza. Desnuda salió de la habitación. Yo me quede quieta sobre la mesa con la mirada agachada, aceptando mi castigo.
No tardo en volver con un látigo de cuero en las manos. Al verlo me asuste. Más que el látigo en si me asusto su mirada enfurecida y rabiosa. Estaba claro que no le gustaba que le desobedecieran.
Me puso en pompa y me azotó. Las lenguas de cuero de aquel látigo se clavaban en mi piel. Sentía mi culo arder, podía imaginármelo enrojecido. A cada golpe que me daba me insultaba y me hacia ver mi falta. No tienes que hablar zorra, ni una sola palabra más perra, me decía mientras me golpeaba las nalgas. No se explicar la reacción de mi cuerpo. A cada golpe que recibía, a cada insulto que me decían, mi cuerpo se excitaba más, me ponía más cachonda, mas necesitaba ser follada. Cuando los golpes dejaron de arreciar estaba al borde de un intenso orgasmo. Si me llega a golpear o insultar una sola vez mas estoy convencida que me hubiera corrido pero, como si ella lo supiera, como si pudiera adivinar las reacciones de mi cuerpo, paró su castigo en el momento justo, dejándome al limite de mi resistencia, al borde del desmayo por la excitación que sentía. Aquello era superior a mis fuerzas. Mis piernas me temblaban, mis manos apenas me sujetaban sobre la mesa, mi cuerpo entero se convulsionaba. No dije palabra alguna, solo alce mi mirada y la mire pidiendo clemencia y consideración con una perra cachonda arrepentida.
El me agarró del pelo y me obligó a bajar de la mesa. Dando tirones de mí me llevó a cuatro patas hasta la habitación. Ella se quedó en el salón. Me tiró sobre la cama y me hizo mostrarle mi culo. Obedecí deseosa de que se pusiera tras de mi y me follara violentamente. Desde donde estaba podía ver mi coño emanando abundantes flujos preorgasmicos. Estaba segura de que aquello le tenía que excitar y deseaba que fuera suficiente para hacer que me follara. Sin embargo ni se fijo en mi coño que le llamaba a gritos. Se centró en mi culo.
Primero me separó las nalgas con sus manos. Después introdujo su lengua en el agujero de mi culo y empezó a ensalivármelo. Era una sensación sumamente placentera que me mantenía al borde del desmayo y del orgasmo pero que no me ayudaba a llegar a alcanzarlo. Era una nueva tortura mas para mi deseo.
Su lengua fue llenando de saliva la entrada de mi culo. Cuando considero que lo tenía bien mojado comenzó a jugar con uno de sus dedos. Lo fue metiendo despacio y sacando lentamente hasta que terminó penetrándome por completo. No era la primera vez que alguien jugaba con mi culo pero nadie lo habia hecho con aquella atención. Su dedo me penetraba y hacia círculos en mi interior. Me hizo jadear de placer. Era un placer distinto al que me ardía en mi coño. Era como si, manteniéndome cachonda en uno de mis agujeros estuvieran excitando el otro, aumentando así la sensación de placer pero no permitiéndome llegar al clímax. No sabía si iba a ser capaz de soportarlo.
Después fueron dos los dedos que me follaron el culo, por ultimo tres. Ahora eran dos los agujeros de mi cuerpo que me tenían al borde del orgasmo y, otra vez, como una maldición, como una terrible tortura, el paro de follarmelo en el momento justo.
— Ya puedes venir cariño. Esta preparada.
Ella entró en la habitación. No pude evitar poner cara de asombro. Si algo no me esperaba ver era aquello.
Ella venia con un arnés atado a su cintura. Si mi estado de excitación no hacia desvariar a mi capacidad de calculo aquello mediría unos 23 cm. y unos 5 de grosor. Era la polla más grande que habia visto en mi vida. Aunque fuera de plástico.
Verla armada con aquella polla fue un shock para mi. Y entonces me temí lo peor. ¿No abría estado preparando mi culo para aquello verdad? Si así era me iban a destrozar. ¡Aquello no entraba en mi culo! ¡Era imposible!
Ella se tumbó en la cama. Con aquella enorme polla mirando al techo.
— Siéntate sobre ella. Ahora.
Asustada por otro posible castigo obedecí. Lo hice despacio y con muchísimo cuidado, estaba segura de que aquello no iba a entrar en mi culo pero me fui sentado sobre él. Primero sentí su capullo plastificado y frió sobre mi culo. Después ayudado con la mano de ella lo note entrar en mi culo dilatado. Me sorprendió un poco que aquel grosor entrara con semejante facilidad en mi culo, estaba claro que habia hecho un buen trabajo dilatándomelo pero seguía convencida que jamás entraría de largo.
Poco a poco me fui sentando. Lo notaba llenarme los intestinos. Me sentía atravesada por él. Entonces mire por entre mis piernas y vi que aun me quedaba mas de la mitad por meterme. ¡Dios hasta donde podría llegar aquello si me lo metía hasta el fondo!
Entonces a ella se le acabo la paciencia. Me agarró por los hombros y me sentó de golpe. Me sentí atravesar. Sentí mi culo reventar. Un grito de dolor escapo de mi garganta. Note como algo dentro de mí se rompía y sentí algo caliente resbalando por mis muslos. Era sangre. No mucha, pero sangre.
— Perfecto zorra. Ahora follate.
Obedecí. Pese al dolor que sentía empecé a mover mis caderas y a sentir aquella masa de plástico dura entrando y saliendo de mi culo. Poco a poco me olvide de la sangre, del dolor y de todo. Volvía a sentir un enorme placer que me arrastraba de nuevo hacia el más intenso de los orgasmos. Mis caderas cada vez se movían con más ganas. Me follaba aquel falo de plástico con todas mis fuerzas, las pocas que me quedaban ya. Entonces ella me volvió a agarrar por los hombros y me obligó a parar y tumbarme sobre ella. ¡Maldito don de hacerme parar al borde del orgasmo!
El se subió a la cama. Con su polla armada y cara de deseo. Ensartada como estaba por mi dolorido culo me obligó a abrir mis piernas. Pese a que mi cara reflejaba el miedo a ser penetrada por ambos lados a la vez mi coño parecía entusiasmado con la idea. Mi clítoris hinchado comenzó a latirme con fuerza. Los labios mayores y menores de mi coño parecían abrirse voluntariamente para recibir aquella polla sonrojada y húmeda. Mi coño se moría de ganas de ser penetrado. Y él le satisfizo.
Se tumbó sobre mí apoyándose con sus fuertes brazos sobre la cama e inserto su miembro dentro de mí sin contemplaciones, con prisas, con ansias, con violencia. Me hizo gritar.
Estaba completamente empalada. Ambos se balanceaban dentro de mí. El apoyado en la cama. Ella agarrada a mi cintura. Yo apenas si podía moverme. Solo sentir sus pollas, la de plástico y la de carne, entrando y saliendo de mí, rozándose en las paredes internas de mi culo y de mi coño. Follandome, reventándome de placer por dentro. Gemía, jadeaba, gritaba de placer como una loca. Casi perdí el conocimiento cuando sentí un orgasmo reventar en mi interior. Fue un orgasmo brutal, salvaje, imponente, que me hizo desfallecer y quedarme como un muñeco inerte ante sus continuas embestidas.
Casi inconciente pude llegar a sentir como él también se corría dentro de mí. Su leche fue como un bálsamo para mi irritado coño. Después me desmonto. Me sentía así, como un animal montado por su dueño. Como una yegua cabalgada.
Me hicieron levantarme. Apenas si podía mantenerme en pie. Una mezcla de mi corrida, su leche y mi sangre resbalaba por mis piernas temblorosas.
Ella se levantó de la cama y se quitó el arnés. Después salió camino de la cocina.
Él se me quedó observando y me sonrió satisfecho.
— Como te dije ella siempre acierta, — Me comentó mientras yo seguía intentado mantener el equilibro sobre mis flácidas piernas.
Poco después ella regresó.
— Túmbate en la cama.— Me ordenó él. Ella era la que me insultaba, él el que daba las ordenes con su voz imponente.
Obedecí agradecida porque mis piernas apenas me sujetaban. Tumbarme me veia bien. Entonces ella tomó la palabra.
— Te has portado bien. Has sido una buena perra. Creo que te has ganado esto.— Entonces saco una especie de hierro ardiente con un numero tres al rojo vivo. Estaba tan agotada que ni fuerzas para asustarme tuve. No tenia ni idea de lo que querría hacer con aquel hierro candente pero fuera lo que fuera yo no podía oponer resistencia.
— A partir de ahora serás nuestra perra numero tres. Todo aquel que se acueste contigo sabrá a quien perteneces.— diciendo esto acercó el hierro candente a mi cuerpo y me marcó a la altura de mi vientre. Entre mi ombligo y mi clítoris. No me dolió mucho. Solo fue un segundo pero un tres quedo marcado en mi cuerpo para siempre.
Me devolvieron la ropa y me tendieron una hoja de papel en blanco. Me pidieron mi número de teléfono y yo lo garabatee en la hoja. Me hacia ilusión que me volvieran a llamar. Estaba orgullosa de ser su perra.
Desde aquella noche siempre que he tenido relaciones sexuales con alguien me han preguntado por ese tres que luzco en la cima de mi sexo. Siempre he contestado lo mismo. Es el recuerdo de una noche inolvidable.

sábado, 11 de julio de 2015

El baño de Sandra.

El día en el trabajo había sido agotador. Sandra sólo podía pensar en que su reloj marcara la hora de salida. Se le hacía la boca agua de saber que al salir iba a poder darse un baño relajante en las aguas de un SPA. Había estado pensando en aquel momento toda la semana y, por fin, había llegado.
Fue salir del trabajo e ir a toda prisa a aquella sesión de SPA que la estaba esperando. El día había sido tan duro que Sandra sentía todos los músculos de su cuerpo doloridos y un peso sobre los hombros que le incomodaba. El calor había hecho que la ropa se le pegara y que las gotas de sudor perlaran su frente. Por eso, en cuanto llegó al centro de hidroterapia, lo primero que hizo fue quitarse la ropa, despojarse de aquellas prendas que por el calor se pegaban a su piel. Sandra se quitó los pantalones y la camisa. Sólo desprenderse de aquellas prendas ya fue para ella un alivio. En ropa interior se miró en el espejo de los vestuarios. El pelo negro recogido, la cara cansada, los pómulos colorados por el calor, una gota de sudor resbalándole por el cuello hasta perderse en las costuras de su sujetador. ¡Dios que ganas tenía de meterse en la piscina con burbujas!
Sandra se quitó su ropa interior de color azul celeste y la cambio por un bonito bikini de color blanco que, si bien cubría perfectamente todos sus encantos, le hacía verse muy atractiva. Guardó toda su ropa en la taquilla y, disfrutando de cada paso hacía el agua, como quien saborea una fresa a pequeños mordiscos para que nunca se acabe, llegó hasta la bañera de hidromasaje. Ver las burbujas de aquella bañera danzando sobre el agua le hicieron sentir un cosquilleo de placer que subió por su columna vertebral y terminó golpeando con una descarga de placer sus sienes haciéndola cerrar los ojos y morderse sus suaves labios rosados.
Sandra dejó que aquellas burbujas calidas bañaran su cuerpo. Lentamente fue metiéndose en la bañera, cubriendo primero sus piernas. Cuando el agua y las burbujas llegaron a sus muslos y mojaron su bikini Sandra volvió a sentir el escalofrío de placer y se mordió los labios otra vez.
Con todo el cuerpo ya dentro del agua, sintiendo como el efecto del hidromasaje empezaba a relajarla, Sandra soltó su pelo que quedó flotando como una pequeña marea negra sobre las aguas. Su cuerpo fue resbalando despacio hasta sumergirse del todo. Cuando salió del agua su pelo enmarcaba la sonrisa de satisfacción de su cara y tenía los ojos cerrados. Así se quedó apoyada contra la bañera mientras disfrutaba de las caricias de las burbujas en sus, cada vez más, relajados músculos.
Unos pasos le hicieron darse cuenta de que ya no estaba sola en la bañera. Un chico de pelo moreno, de piel bronceada y bonita sonrisa estaba entrando en el agua. Venía con un bañador muy ajustado al que Sandra no pudo evitar echar una mirada furtiva. El joven se sentó frente a ella y durante unos segundos ambos se quedaron mirando. Había algo en la sonrisa traviesa de aquel chico que atraía a Sandra. Sus miradas se cruzaron en un par de ocasiones más pero ninguno de los dos rompió el hielo con palabras.
Sandra estaba pensando en decirle algo cuando un saludo desde la entrada rompió el silencio. Una joven de unos veinticinco años, de pelo castaño y cara de niña mala les daba las buenas tardes antes de entrar en la bañera. Llevaba un bikini de color azul turquesa que, en cuanto se humedeció al contacto con el agua dejó traslucir unos enormes pezones en su parte superior. El chico dejó de mirar a Sandra y durante unos segundos fijó su mirada en aquellas aureolas que se transparentaban. ¡Que todos los hombres sean iguales! Aunque a Sandra no le quedó más remedio que reconocerse a si misma que ella también había mirado la exhuberancia de aquella joven.
Verónica, que así dijo llamarse la niña mala, era muy habladora y por lo que pudo observar Sandra bastante lanzada ya que en cuanto el chico le dio un poco de conversación, ella y sus risitas traviesas, se fueron acercando a él hasta que estuvieron uno al lado del otro. Sandra cerró de nuevo los ojos centrándose en relajarse y obviando las técnicas de seducción de aquella descarada. Pero a Sandra le duraron poco los ojos cerrados.
Lo que le pareció un suspiro le hizo volver a abrirlos por curiosidad. El ver como el joven y la niña mala se comían la boca con desenfreno le hizo mantenerlos abiertos. En un principio aquella escena de lenguas entremezcladas le ruborizó y a punto estuvo de llamar la atención a los dos alertándoles de su presencia. Pero cuando el chico abrió sus enormes ojos negros y, sin dejar de besar a Verónica, los clavó en ella a Sandra le recorrió una extraña sensación por el cuerpo mezcla de rubor, morbo y excitación. Lo que en un principio le pareció una escena indecorosa se transformó en una escena de lujuria que se dispuso a disfrutar.
Verónica devoraba los labios del chico. Sandra podía ver la lengua de ella recorriendo cada centímetro de los labios de él. Luego, cuando el joven la agarraba de la cabeza e introducía su lengua en lo más profundo de su boca él seguía abriendo los ojos y mirando a Sandra con descaro. Sandra no lo podía explicar pero cada vez que aquellos ojos profundos la miraban mientras besaba a la otra chica ella sentía que su excitación aumentaba tanto que cuando vio que la mano del chico se perdía dentro del minúsculo bikini de Verónica sintió un pequeño espasmo de placer entre sus muslos.
La niña mala dejó escapar un gemido ahogado al sentir los dedos del joven explorando dentro de su bikini. Sin pensarlo dos veces se sentó sobre las piernas de él. Al hacerlo, durante unos segundos, se colocó de pie de espaldas a Sandra que se ruborizó al sentir una nueva contracción de placer entre sus piernas al ver transparentado en aquel bikini color turquesa el apetecible culo de Verónica. Sandra tuvo que morderse los labios y cruzar las piernas para controlar las sensaciones que empezaba a sentir. Se veía inmersa en aquel torbellino de lujuria que sus dos compañeros de bañera estaban formando y sentía una fuerte atracción a seguir mirando.
En aquel momento otra pareja llegó a la piscina. Al verlos Sandra se sintió aliviada. La llegada de aquellos dos nuevos inquilinos a la bañera tranquilizaría los ánimos del joven y la niña mala y así podría escapar del influjo de ellos dos. Pero Sandra se equivocaba.
Verónica saludó a los dos nuevos acompañantes con su habitual sonrisa sin bajarse de las piernas del chico y, una vez echas las presentaciones siguió comiéndose los labios de su acompañante con el mismo deseo o más que minutos antes. Era tal su ansia que parecía querer arrancarle los labios en cada beso. Roberto y Sara, que así se llamaban la pareja se sonrieron al ver los apasionados besos de los dos jóvenes.
Roberto y Sara eran algo mayores. Roberto tendría ya sus treinta y cinco años y Sara tenía pinta de haber superado recientemente la barrera de los treinta. Él era un chico normalito, de pelo castaño corto y con alguna cana que delataba su edad. Sin embargo Sara era preciosa. Tenía unos ojos grises y profundos en los que resultaba fácil perderse. Su larga melena rubia y rizada caía sobre sus hombros y terminaba sobre sus pechos dotándoles de un marco inmejorable. Tenía los labios carnosos y de un suave tono rosa pastel que los hacía tremendamente apetecibles y su sonrisa y su voz eran tan dulces que cautivaban a quien la escuchaba. Sandra esperaba que fueran ellos quienes cortaran la efusividad de Verónica y el joven pero en vez de eso ambos se reían divertidos al ver como sus besos se iban apasionando, como sus respiraciones se iban entrecortando y como sus cuerpos empezaban a contonearse sobre las aguas. Sandra no se lo podía creer, el joven y la niña mala estaban a punto de ponerse a follar allí mismo. Y lo peor...ella estaba deseando verlo.
A duras penas sí podía contenerse quieta en su lado de la bañera. No podía evitar imaginar el miembro erecto de él rozándose en la entrepierna de la niña mala, creciendo con cada caricia, tensándose hasta marcarse de venas hinchadas de placer. Imaginaba las primeras gotas de flujo saliendo de un capullo rosado y sensible y a la vez pensaba en el clítoris igual de sensible e hinchado de Verónica empapado del placer de aquellas caricias lujuriosas. Sandra se mordía los labios. Cruzaba las piernas y las apretaba con fuerza intentando apaciguar los latidos, cada vez más evidentes, de su sexo. Estaba al límite de su capacidad de control, como un volcán a punto de entrar en una erupción pecaminosa. Pero Sandra se veía capaz de aguantar si la niña mala y el chico no pasaban de aquellas caricias.
Pero no fueron Verónica y el chico moreno quienes acabaron con el control de Sandra. Un gemido llegó desde la esquina de la bañera a sus oídos. Eran Roberto y Sara que llevados por el calor de las caricias de la otra pareja habían empezado un juego igual, o más, peligroso. Sara estaba sentada en el borde de la bañera, con su escultural cuerpo fuera, sólo con las piernas colgando dentro del agua burbujeante. Roberto estaba arrodillado delante de ella. Con el cuerpo dentro del agua y la cabeza asomando apoyada entre los muslos de Sara. Su lengua la lamía. Recorría el interior de aquellos muslos. A Sara se le había escapado aquel gemido, que había llamado la atención de Sandra, al sentir la primera caricia de la lengua de su acompañante sobre la tela mojada de su bikini. Y aquel gemido no sólo había llamado la atención de Sandra.
Verónica había dejado de besar a su chico y miraba atenta la evolución de la lengua de Roberto entre las piernas de Sara. Al parecer aquella escena de sus acompañantes acabó de excitarla y descontrolada se levantó de las piernas del chico moreno, le quitó el bañador dejando a la vista su miembro viril y erguido, y apartándose su bikini turquesa con los dedos se sentó sobre aquel mástil de placer y comenzó a mover sus caderas sin dejar de mirar a Sara. Al hacerlo también quedó de cara a Sandra.
Sandra miraba a las dos parejas. A Roberto devorando la entrepierna de Sara, a Verónica cabalgando sobre el sexo erecto del chico moreno que había roto en gemidos de placer. El SPA se llenó de suspiros y jadeos y Sandra se sorprendió a si misma al escuchar un gemido que no venía de ninguna de las dos parejas, si no de ella.
Había perdido el control y no puedo evitar que una de sus manos se colara descarada dentro de su bikini blanco y estuviera masturbándola. Sus dedos la recorrían con descaro. La acariciaban desde la entrada de su húmedo sexo hasta la cima de su latente clítoris que sufría espasmos placenteros con cada caricia. Sus gemidos se unieron a la sinfonía de placer de las dos parejas. Se hicieron tan presentes que Sara y Verónica la miraron y ambas se sonrieron al verla disfrutar de aquella manera. Sandra se sonrojó al verse observada pero era tanto el placer y el deseo que sentía que siguió masturbándose. En ese momento de clímax otro chico entró en el SPA.
Era un chico de pelo castaño, delgado, no muy atlético pero bien parecido y de unos bonitos ojos color caramelo. Al ver la escena de la bañera se quedo boquiabierto sin atreverse a entrar en el agua. Pero no apartó la mirada de lo que allí ocurría y pronto se hizo evidente de que la escena lo excitaba sobre manera. El bulto que se formó en su bañador lo deformó por completo haciendo más que clara su excitación.
Aquel miembro erecto no pasó desapercibido a los ojos de Verónica que, sin dejar de cabalgar sobre su chico moreno, invitó a pasar al otro joven a la bañera. Sandra no pudo más.
Levantándose como un resorte del agua agarró al chico del cuello y lo besó con una lujuria desenfrenada antes de que él pudiera acercarse a Verónica. No estaba dispuesta a que aquella chica se quedara con dos hombres mientras ella seguía masturbándose. El chico recibió aquel beso primero con sorpresa pero la excitación de Sandra, la habilidad de su lengua que se movía con destreza dentro de su boca y las ganas de sexo que aquella escena le habían hecho tener acabaron por hacerle dejarse llevar y corresponder al beso de Sandra con la misma intensidad. Sandra ya no podía más. Le temblaban las piernas. Su sexo latía con fuerza pidiéndole a gritos que calmara su deseo. Sentó al chico en la bañera, le quitó el bañador y una contracción de placer le recorrió el cuerpo entero al observar aquel miembro preparado y dispuesto para ella. Se quitó la parte de abajo de su bikini blanco y se sentó sobre él dejando que aquella erecta polla la llenara por completo. Luego la cabalgó con ansia y descontrol. Fue tanto el placer que sintió que sus jadeos silenciaron los de Verónica y Sara. Su orgasmo cada vez estaba más cerca y podía sentirlo nacer ya dentro de ella. A la vez sentía como aquella polla se tensaba dentro de su sexo y hasta podía notarla arder. Y entonces ocurrió.
Roberto y el chico moreno dejaron a un lado a Verónica y Sara. Ambos se levantaron con sus miembros erectos y se acercaron a Sandra. Las dos chicas, desprovistas de sus juguetes, se dedicaron a masturbarse la una a la otra mientras se besaban en un beso lésbico apasionado. Mientras Roberto y el chico moreno se masturbaban delante de los ojos de Sandra que acercaba su lengua para lamer los capullos sonrosados de ambos sin dejar de sentir el otro miembro atravesándola por dentro. El placer de tres pollas sólo para ella acabó por hacerla desfallecer. Con un grito ahogado anunció a los presentes su orgasmo y, en el mismo momento que su placer se desbordaba y la dejaba vacía, los tres chicos se encargaron de llenarla.
Roberto y el chico moreno estallaron casi al unísono sobre su boca y su cara llenándola del semen sabroso y caliente de sus sexos. Y su chico, aquel sobre el que cabalgaba sin siquiera saber su nombre, se corrió dentro de ella tan fuerte que Sandra podía sentir después su semen resbalando por sus muslos. Agotada Sandra se dejó caer dentro del agua.
Cuando salió a tomar aire, con la respiración aún entrecortada y el corazón acelerado, estaba sola en la bañera. Sandra miró a todos los lados sin entender. Cuando se dio cuenta de que tenía la mano entre las piernas, que su bikini blanco estaba manchado y que sobre el agua del SPA podían verse unos hilos de flujos blanquecinos lo entendió todo.
Había llegado al SPA muy cansada y el efecto del agua le había relajado tanto que se había quedado dormida. Aquella escena con las dos parejas y el chico desconocido sólo había sido un sueño. Un sueño tan real y excitante que le había hecho masturbarse en sueños hasta alcanzar el orgasmo.