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martes, 29 de septiembre de 2015

Pillada en mi cuarto. (Lesbico-filial)

Cuando llegue a casa aún era temprano. No serian más de las nueve de la noche. Había ido al cine y, como mis padres estaban fuera de vacaciones, me volvía pronto para hacerme la cena y tener tiempo después para conectarme un rato a Internet antes de acostarme. Al llegar vi una nota de mi hermana avisándome de que aquella noche salía con unas amigas y su novio y que regresaría tarde, así que tenia toda la casa para mi. Me puse cómoda, un pijama largo color blanco, con varios botones en la parte delantera, que iban desde el cuello hasta el ombligo y de los cuales, yo siempre solía llevar dos abiertos para no ahogarme. Nada más, a mí en casa, siempre me gusta estar sin ropa interior, me siento mucho más a gusto.
Cene ligero. Una ensalada y un poco de fruta porque no tenía mucha hambre.  Siempre me pasa lo mismo cuando voy al cine, que me atiborro a gominolas y palomitas y luego no hay manera de cenar en condiciones. Pero todo tiene su lado bueno y para las  diez de la noche ya había cenado y recogido toda la cocina con tiempo de sobra para ver si tenia algún mensaje o había alguien conectado en Internet. Para desilusión mía no tenía ningún mensaje en mi correo y tampoco había nadie conectado. Espere un rato y, estaba ya a punto de cerrar cuando, se conecto él.
Lo había conocido meses atrás en una sala de chat y me llamo la atención desde el primer momento por su manera de expresarse. Después, cuando me atreví a abrirle un privado una tarde, no tardamos en hacernos amigos y confidentes. Con el tiempo nos habíamos hecho amantes cibernéticos. Sus palabras lograban seducirme, y su manera de contar y detallar las cosas me alteraban. No siempre hablábamos de sexo, pero cuando lo hacíamos y compartíamos fantasías sus palabras siempre lograban humedecerme. Esa noche hablamos de sexo.
Esta vez empezó como un inocente juego. Sus palabras me llevaban a imaginar sus manos recorriéndome, sus labios acariciando mi piel y su aliento humedeciéndola. Le imaginaba jugando con mi pelo, susurrándome aquellas palabras, que leía en mi pantalla de ordenador, al oído. Lo describía tan bien que no tarde en sentirme alterada y mojada, y se lo dije. Me dijo si deseaba masturbarme con él aquella noche y, notando la humedad que hacía latir mi sexo, no dude en decirle que sí. Pese a que no tenía ni idea de cómo era físicamente aquel chico yo me lo imaginaba alto, de pelo moreno y ojos penetrantes y con una voz seductora. Con eso tenía más que suficiente para dejar actuar a mi imaginación. Alguna vez me había preguntado a mi misma si para él, que tampoco tenía ni idea de cómo era yo, llegaba a ser parecida en su imaginación a la realidad, que no pasaba de ser una mera chica del montón de 23 años y pelo castaño liso hasta los hombros, con unas medidas nada exuberantes pero bien proporcionadas.
Sus palabras fueron provocándome, haciéndome desear que no fueran solo palabras. Mi cuerpo se retorcía en la silla y mi sexo latía cada vez con más fuerza y deseo. Deje que una de mis manos bajara entre mis piernas y se metiera por dentro del pantalón. Separe un poco mis muslos y con la yema de los dedos recorrí mi vagina de arriba a abajo recogiendo en mis dedos la humedad que ya empezaba a empaparme por completo. Deseosa me la lleve a la boca y humedecí con ella mis suaves labios que quedaron brillantes y con un sabor agridulce muy agradable y sensual. Moje también debajo de mi nariz lo que provocaba que un intenso olor a mi sexo me llenara cada vez que respiraba. El resto de la humedad de mis dedos la lamí golosa con la punta de mi lengua mientras leía las palabras seductoras de mi amante virtual e intentaba contestar, nerviosa, con la otra mano.
Le comente a mi compañero de juegos que me había probado y que el olor de mi deseo empezaba a llenar la habitación. Le hable de mi sabor agridulce, le comente que me gustaba  y que lo había saboreado intensamente. Sonrió al saber que sus palabras estaban excitándome. Me lo dijo. Al leerme él me dijo que eso le había alterado, que había sentido su sexo endurecerse bajo su pantalón y que le provocaba imaginarme húmeda y deseosa. Saberlo alterado a él también produjo un hormigueo de deseo en mi entrepierna. Me lo imaginaba sentado en su silla, con un bulto de deseo que deformara su pantalón y como su ropa interior se iba mojando pensando en mi. Sentirme deseada me gustaba y él sabía hacerme sentir así.
Sus palabras se hacían más intensas, más directas. Describía su boca entre mis piernas, como la llenaba de mis flujos y me hacia saber las ganas que él también tenía de probarme, de follarme suavemente con su lengua hasta que me entregara de deseo a sus juegos. Me pidió que abriera mi pijama y que dejara libres mis pechos. Lo hice. Estaban erectos, duros, deseosos. Mis tetas están bien formadas,  firmes, con unas aureolas de un tono violeta intenso proporcionadas al tamaño de mis senos. Resultan sugerentes a los hombres y suelo llevar a menudo un provocador escote. Moje mis dedos en mi boca y los pase por mis pezones. La sensación de suave caricia y hormigueo me humedeció más, era ya tan evidente mi deseo que mi pijama blanco aparecía manchado y el olor del cuarto hablaba solo de mi humedad.
El seguía provocándome, diciéndome lo que me deseaba, lo húmedo que se sentía y lo que fantaseaba con estar sobre mí. Baje de nuevo mi mano dentro de mi pantalón, estaba muy húmeda. Nunca jamás hubiera pensado que unas palabras escritas llegaran a alterarme de aquel modo hasta que lo conocí a él. Deje que dos de mis dedos se introdujeran en mi empapado sexo y comencé a masturbarme lentamente mientras dejaba que sus palabras hicieran volar mi imaginación. Jamás se me había cruzado la idea de llegar a conocerlo en persona, vivía demasiado lejos, pero ahora lo deseaba sobre mi. Llevaba mis dedos desde mi clítoris hasta lo mas profundo de mi deseo y los volvía a sacar despacio. Mi clítoris estaba ya duro, sensible, muy sensible y la más mínima caricia me hacia estremecer. Mi clímax se acercaba, lo notaba empezar a brotar en lo más profundo de mis entrañas. Mis dedos salían y entraban chorreando placer. Una voz inesperada me sobresalto desde la puerta.
Era mi hermana, que desde el marco de la puerta de mi habitación me preguntaba que estaba haciendo. Ruborizada intente recomponer mi vestimenta  y, sin darme la vuelta, la pregunte como era que había llegado a casa tan pronto. Mientras, intentaba atarme con las manos temblorosas algún botón de mi pijama. Me explicó que llovía en la calle y que después de una discusión con su novio no le apetecía nada pasear de bar en bar. Para cuando quise darme cuenta la tenía a mi lado leyendo atenta la pantalla de mi ordenador. Volví a ruborizarme. Seguía excitada, con mi orgasmo pidiéndome aflorar de mi ser. Yo no me veía pero me imagino que tendría un color rojo encendido en mi cara porque el calor me sofocaba. Mi hermana puso cara de sorprendida, me miro y miro mi pijama sin que me diera tiempo a cruzar las piernas y ocultar la voluminosa mancha de humedad que había entre ellas. Sonriendo picara, lo que me ruborizo aun más, se puso a escribir en la pantalla sentándose en el brazo de la silla.
Mi asombro fue superior a mi vergüenza. Mi hermana le dijo, sin cortarse ni un pelo, a mi compañero que yo me estaba masturbando delante del ordenador y que a ver que me estaba contando. El le contesto que también se masturbaba. Me quede de piedra cuando se puso a describirle a mi hermana como lo estaba haciendo. Las dos leíamos atentas la pantalla. Describió como lentamente se había bajado los pantalones y como por encima de su bóxer se había ido acariciando despacio hasta notar su sexo duro y mojado. Después se había quitado la ropa interior y había extendido la humedad por encima de su capullo dejándolo rosado y brillante. Su polla, según sus palabras, estaba erecta, húmeda, y su habitación olía a sexo. Seguía describiendo como se masturbaba cuando yo empecé a notar una respiración entrecortada. Mire a mi lado y no podía creérmelo. ¡ Mi hermana se estaba acariciando!
Se había levantado un poco la minifalda y pasaba una de sus manos por encima de su tanga color salmón. Miraba atenta la pantalla y no vio que yo la miraba aunque, por su actitud, dudo que la hubiera importado, y es que mi hermana es todo lo contrario a mi. Ella es 3 años mas joven que yo, acaba de cumplir los 20. Es morena y su pelo baja mas allá de sus hombros. Tiene un cuerpo de vértigo y unas curvas impresionantes que la hacen muy atractiva. Es provocadora, lo que trae de cabeza a su novio, y muy atrevida. Y yo lo estaba comprobando en directo ya que se masturbaba delante de su hermana mayor sin ningún pudor. Aparte la mirada de su mano y la volví a dirigir a la pantalla del ordenador.
Mi amante estaba muy excitado, se le notaba en sus palabras. Ya hablaba sin ningún pudor ni reparo. Yo, pese al susto de la entrada repentina de mi hermana, seguía notando latir mi coño entre mis piernas. Lo leía atenta y a la vez lo imaginaba. Sentado en su silla, intercambiando el teclado y su sexo entre las manos. Mientras escribía imaginaba su polla firme y empalmada. Cuando dejaba de escribir un momento  lo imaginaba apretándosela fuerte y meneándosela loco de deseo. Pensarlo así y los, cada vez más intensos, gemidos de mi hermana me volvieron a encender y, olvidando mi vergüenza, perdí el control y volví a meter mi mano debajo de la ropa sin pensar en que mi hermana estaba a mi lado.
Mi deseo volvió a elevarse como la espuma y mis gemidos no tardaron en fundirse con los de mi hermana. Descontrolada desabroche los botones de mi pijama y empecé a magrearme descaradamente uno de mis pechos mientras mis dedos se aventuraban cada vez más profundo. Tenía mi orgasmo, otra vez, próximo cuando una sorpresa, mayor aun que la anterior, me hizo volver a parar. Mi hermana, al oírme jadear y al ver mis pechos libres se había apoderado de uno de ellos entre sus labios y lo succionaba apasionadamente. Quise apartarla pero al intentarlo ella mordisqueo mi pezón y me hizo suspirar de placer. Loca de deseo, al borde del orgasmo, me olvide de mi parentesco familiar y solo pensé en alcanzar mi clímax deseado con aquella boca succionándome.
Mi hermana, al notar que le dejaba hacer, se bajo de la silla y se arrodillo delante mía y con sus manos empezó a bajarme los pantalones empapados del pijama. Yo, fuera de todo sentido y lógica, llevada por la excitación y cegada por el deseo la ayude y la mostré mi coño empapado. Mi coño manaba vida y pasión, todo él gritaba mi deseo. Mis labios mayores aparecían hinchados, mi clítoris saliente y con latidos como un pequeño corazón, el corazón de mi placer. No tarde en notar su aliento en mis ingles. Un aliento calido, húmedo, muy apetecible en mi sofocado sexo. Después llegaron sus labios, suaves, sensuales, tiernos en el primer beso entre mis piernas y que lentamente se fueron volviendo apasionados.
Se lo dije a mi amante. El, perdió totalmente el control al saberlo y me confesó haberse corrido al leerlo. Me dijo que pese a todo su polla seguía erecta y que le siguiera contando, que me deseaba más. Que aquello le había hecho enloquecer de placer. Olvidando que aquella lengua tan hábil que me follaba era la de mi hermana le conté a mi amante cada paso que aquella lengua daba por mi coño, cada lamida que recibía mi hinchado clítoris, cada beso que aquellos calidos labios me daban, cada suspiro, gemido y grito que escapaba de mi boca completamente loca de un placer casi olvidado  y, al borde del desmayo por la excitación conseguí describirle como un orgasmo brutal salía de mis entrañas, se concentraba entre mis piernas y estallaba empapando la cara de mi hermana. Segundos después, al tomar consciencia de la dueña de aquella lengua volvieron la vergüenza y el estupor.
No podía creer que hubiera dejado que aquello pasara. Mi hermana, mi propia hermana pequeña, acababa de llevarme al orgasmo comiéndome el coño y ahora salía de entre mis piernas con la cara brillante de mi orgasmo y relamiéndose. La dije que estaba loca. Sonriendo maliciosa se alejo. Le confesé a mi amante virtual que aquello me daba muchísima vergüenza , que no sabía que me había pasado y que debía estar completamente loca. El me confeso a su vez que no se esperaba aquello pero que le había excitado al extremo y que se había corrido dos veces. Me dijo que, por desgracia, tenía que dejarme. Tenía que limpiarlo todo porque sus padres estaban a punto de llegar y había sido tan intenso el placer que mi hermana y yo le habíamos dado que había restos de sus orgasmos por buena parte del suelo de su habitación. Así que decidí apagar el ordenador e irme a dormir intentando aplacar mis remordimientos. Entonces lo vi.
Sobre uno de los brazos de la silla estaba el tanga color salmón de mi hermana. Lo cogí en mis manos. En el centro un color rosado más oscuro delataba una intensa humedad. Sin saber porque me lo lleve a la nariz y aspire profundo. El olor del coño de mi hermana era intenso, penetrante y, para mi sorpresa, hizo latir de nuevo el mío. Volví a inspirar aquel aroma, era sensual y cautivador. Me levante y fui a su habitación con intención de devolvérselo. Y la vi.
Estaba tumbada sobre la cama, completamente desnuda, con los ojos cerrados y las piernas abiertas. Su largo pelo negro caía sobre su almohada liviano, como si flotara sobre ella. Su piel sudaba. Su boca estaba entre abierta. Sus labios empapados. Su mano acariciaba lentamente su entrepierna, con suavidad pero intenso, profundo. Su habitación olía de la misma manera que su tanga aunque con menos intensidad. Aquel olor a excitación, humedad y deseo me volvió a encender. Para mi sorpresa no podía quitar la mirada de la mano de mi hermana. La veía subir más arriba de su clítoris y bajar casi hasta la entrada de su culo. Mi hermana gemía. El coño de mi hermana brillaba incluso en la oscuridad de su habitación, se veía completamente abierto y empapado. Al igual que yo, mi hermana, se lo depilaba. Excitada con aquella escena mi pudor, mi vergüenza y mis remordimientos se fueron en las primeras gotas de flujo que mi sexo derramó en el suelo y mi cabeza solo fue capaz de forjar una idea. Devolverle a mi hermana el placer que me había hecho sentir minutos antes.
Cegada de deseo, me arrodille en la cama. Entonces ella me vio y sonriendo abrió un poco más sus piernas. Deje que primero mis labios se posaran en sus muslos y que mi lengua las lamiera. Desde allí podía llegar a sentir el aroma más cautivador que había olido nunca. Lentamente fui acercándome al manantial de aquel deseo. Mis labios, al principio miedosos, besaron los labios mayores del coño de mi hermana y ella gimió con fuerza. Aquel sabor era diferente al mío. Era más suave pero a la vez más denso. Era muy agradable, me gusto, lo desee más y hundí mi lengua en él apoderándome de todo cuanto de él manaba.
Mi hermana me decía, así hermanita, así. Y eso me excito más. Deje que me apretara la cabeza contra su vagína y que casi me ahogara con sus flujos. No me importó. Me sentía cada vez más caliente y me lleve una mano a mi coño y empecé a masturbarme a la vez que me tragaba todo lo que mi hermana me ofrecía. Entonces me pidió que me girara. Obedecí.
Me tumbe sobre ella ofreciéndola, otra vez, mis muslos empapados y puse mi cabeza entre sus piernas. Mi lengua la paseaba por todo el coño de mi hermana mientras que ella succionaba mi clítoris. Entonces lo hizo. Sin avisarme mi hermanita me hundió un dedo hasta el fondo de mi culo. Me hizo gritar de placer y, al comprobar que cuanto mas rápido me lo metía con mas ganas me comía su coño, empezó a follarme con fuerza. Me hizo volver loca de placer. Deseando llegar al orgasmo y que ella también me comiera con mas fuerza mi coño le metí dos de mis dedos en su culito. Gritó, se convulsionó y me hizo la mejor comida de coño que me habían hecho en mi vida. Estaba a punto de correrme intensamente cuando un chorro de flujos entró hasta el fondo de mi garganta. Mi hermana se corría en mi boca y yo, perdiendo casi el sentido, al sentirla desfallecer de placer en mis labios, recompense los suyos con mi orgasmo. Extasiadas nos quedamos tumbadas la una sobre la otra lamiendo los flujos que aun emanaban de nuestros sexos. 
Después me levante. La mire. Su cara estaba empapada de mi. Me acerque a sus labios brillantes y, dulcemente, la bese. Nos limpiamos las caras con la punta de la lengua. Entonces ella fue a decir algo. La silencie los labios con los dedos y sin dejarla decir nada la volví a besar  y la pedí que se durmiera. Lo hizo abrazada a mi y así, sin remordimientos y con una sonrisa, despertamos a la mañana siguiente.

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