La tarde es calurosa. Está ya bien entrado el verano. Yo llego a casa del trabajo sofocada. Pasear por la calle, con mi traje de ejecutiva agresiva, con treinta y cinco grados a la sombra es demasiado para mí. Lo primero que hago al entrar en casa es quitarme la ropa, estoy tan cansada que mientras lo hago me dejo caer sobre la cama quedándome un rato en camiseta y ropa interior dejando que me de el poco aire que entra por la ventana de mi habitación. Estoy empapada en sudor así que decido darme una ducha de agua fresca.
Una ducha que refresca mi piel, relaja mis músculos de un día de tensión y que arrastra mi malestar por las cañerías del baño haciéndome recuperar mi buen humor habitual Mucho más animada, sin la sensación de ropa pegada a la piel y ya tranquila, después de un día duro y estresado, cojo una camisa, que mi novio se había dejado en el armario antes de salir de viaje, y me la pongo. Es blanca, con amplios botones y de manga corta. Me queda grande y me tapa por debajo de las rodillas lo que me permite ir por la casa sin ropa interior. Es cómoda y fresca y todavía tiene su olor. Ese olor que mi novio desprende cada mañana al salir de casa, ese olor que se acuesta a mi lado cada noche y yo abrazo. Lo echo mucho de menos. Hace ya mes y medio que, por motivos de trabajo, mi novio ha tenido que salir de viaje al extranjero para tres meses. Es una oportunidad que no puede dejar escapar y la cogió. Yo lo animé. La casa está muy vacía sin él. Se me hacen enormes aquellas cuatro paredes sin su sonrisa llenándolas. Pero aun queda otro mes y medio para que mi soledad se convirtiera en sonrisas y besos.
Voy a la cocina a prepararme la cena. Abro las ventanas. El calor es, pese a lo avanzado ya de la tarde, insoportable. La luz solar ya apenas ilumina las calles y todo empieza a teñirse de rojizo y aun así el calor se cuela por la ventana, como un ladrón intentando robar el poco aire respirable que queda en la cocina. Las farolas de mi calle despiertan. Abro la puerta de la nevera. Un golpe de aire fresco me hace cerrar los ojos y estar unos segundos parada delante de la puerta abierta de mi frigorífico con el pensamiento, casi el deseo, de colarme dentro de aquel pequeño espacio refrescante. Después saco todo lo necesario para prepararme una ensalada. Una lechuga, unos huevos y unas patatas cocidas, unas aceitunas, un poco de tomate y una lata de bonito. Ya lo tengo casi todo preparado, cortado y pelado de la noche anterior y sólo tengo que ponerlo en un bol y cenar tranquila. Estoy poniendo todo cuando al mirar por la ventana lo veo.
Mi vecino de enfrente tiene la luz de su cuarto encendida. Nuestros bloques no están muy separados el uno del otro y si no se tiene cuidado te pueden observar todo lo que haces. Más de una vez me he visto sorprendida caminando por mi casa en ropa interior y con varias miradas curiosas al otro lado de la ventana fijas en mis pasos. Desde mi cocina se ve bien su cuarto. Tiene las cortinas abiertas y la persiana levantada. Está desnudo, tumbado sobre la cama y mira fijamente hacía el otro lado de la habitación. Por su estado de nerviosismo comprendo que a ese otro lado tiene que haber algo que le altera. Está empalmado, tenso, excitado. Incluso desde mi cocina se le nota sin ninguna duda. No tardo en descubrir el motivo de su turbación.
Una joven rubia de alrededor de metro setenta, escultural y con insinuantes curvas se contonea delante de la cama al ritmo de una música que solo debe sonar en su cabeza y, con suaves movimientos y muy sensual, se va desnudando lentamente. Cuando se acerca a la cama y entra en mi campo de visión sus pechos bailan al aire y su minifalda se desliza por sus piernas al ritmo de sus caderas acercándose lentamente al suelo, dejando al descubierto un pequeño tanga, color rojo, que dejaba muy poco a la imaginación y mucho a la vista de un, ya más que nervioso, vecino mío. Estoy convencida de que el juego lleva ya un rato teniendo lugar. La chica esta deleitándose haciéndose desear, haciéndolo sufrir de deseo.
La joven sigue bailando. Yo le miro a él. Se acaricia despacio y cada vez se le nota más duro y excitado. La verdad es que, incluso visto desde mi ventana, mi vecino esta bien dotado. Sin poder evitar sonreír me acuerdo de mi novio. Mi chico no carece de encantos tampoco. Muchas veces me divierto provocándole en un lugar publico y notando como un bulto enorme deforma su pantalón. El pobre siempre se empeña en intentar esconderlo, muerto de vergüenza. Es muy tímido, pero esta demasiado bien dotado como para que no se le note y yo disfruto muchísimo de verlo sin poder reprimir sus deseos por mi. ¡ Dios como lo echo de menos!
La joven rubia se sube a la cama completamente desnuda, gateando sobre las sabanas y, sin pensarlo dos veces aparta la mano de mi vecino, que seguía acariciándose, y acercando su boca a aquel buen pedazo de carne se la va tragando despacio. Él empieza a gemir. Ella se esmera en recorrer cada centímetro de aquel sabroso trozo de carne y parece que los gemidos de mi vecino la están excitando sobre manera porque desliza una de sus manos entre sus propias piernas y empieza a acariciar su sexo sin dejar de comerle la polla a mi extenuado vecino.
Me aparto de la ventana. Verles así y pensar en las veces que yo hago eso mismo con mi novio me está poniendo mala. Decido centrarme en la ensalada y dejar de pensar. Centrarme en cenar, en recoger la cocina y en irme a la cama a descansar a la espera de otro día agotador que me espera mañana.
No puedo, es demasiado tarde. Ya no me puedo sacar a mi novio de la cabeza. Llevo mes y medio sin sus besos, sin sus caricias, sin su olor, sin el suave roce de su piel contra la mía, sin poder saborear aquel bulto que deforma su pantalón. Al pensar en ello no puedo evitar volver a sonreír. La verdad es que estoy bastante necesitada de los atributos de mi novio.
Recuerdo que la noche anterior antes de irse nos desahogamos pensando en el tiempo que íbamos a estar sin vernos. Hicimos el amor toda la noche. De varias maneras. Sus manos me recorrieron entera. Sus labios dibujaron cada poro de mi piel. Su lengua humedeció todo mi cuerpo. Su sexo me llenó hasta lo más profundo de mi ser. Aquella noche fue una locura. Acabe agotada, pero muy feliz. Lo amaba y lo deseaba con pasión. Y ahora no lo tenía y cada vez me hacía mas falta. Pese a aquella sesión de sexo desenfrenado de la que los dos disfrutamos mes y medio era demasiado tiempo.
Pensar en él, en aquella noche y en lo que hicimos me hace suspirar y humedecer. Intento pensar en mi cena y en las cosas que me quedan por hacer en la casa antes de acostarme. Tengo bastante ropa que meter a la lavadora. La casa está sin recoger del día anterior. Tengo que preparar unos informes para el trabajo.
Es imposible, me muerdo los labios nerviosa, aprieto mis piernas para no sentir los latidos de mi sexo pero no puedo evitar humedecerme. Mi necesidad y mi deseo son mayores que mi poder de concentración. Curiosa y alterada, picara y traviesa, pensativa y morbosa, vuelvo a mirar por la ventana.
Mi vecino posee a aquella rubia exuberante. Se mueve cadenciosamente sobre ella. Lo hace muy despacio. Dejando que cada centímetro de su sexo se deje notar al entrar y al salir. Lo hace sin prisas. Disfrutando del momento. La besa apasionado sin dejar de moverse sobre ella. Sus manos están entrelazadas. Su cuerpo la cubre casi por completo. Yo apenas si la intuía debajo de él. Alterada y deseosa, me dejo llevar por mis instintos. Necesito una buena dosis de placer y se que yo misma puedo dármela. No es lo mismo que estar con mi novio pero me servirá para desahogar mi, desatendida, lívido.
Me olvido de la ensalada y, sin dejar de mirar por la ventana, me empieza a acariciar suavemente mis pechos por encima de la camisa. Aprovecho aquella escena de deseo que me ofrece mi vecino y su acompañante para terminar de excitarme y notarme empapada entre las piernas. Después, dejando a una de mis manos investigar bajo la camisa, compruebo lo mojada que estoy y, con esa humedad en mis dedos, vuelvo a acariciar mis pezones. Esta vez, por debajo de la ropa. No tardan en endurecerse, en mostrarse altivos y deseosos. Imagino a mi novio apretando mis pechos entre sus labios. Cada una de mis caricias en mis sensibles pezones me hace suspirar de placer. Estoy caliente, muy caliente pero esta vez no me importa estar bañando mi piel en sudor. Es un sudor placentero y estoy tan deseosa que ya la escena de mi vecino con la rubia tetona deja de interesarme buscando un placer mayor que el que me proporciona ejercer de voayeur.
La escena ha despertado mi lado morboso y travieso. Decido jugar con mi propio cuerpo. Masturbarme despacio, lenta y pasionalmente hasta alcanzar el orgasmo o los orgasmos que mi cuerpo deseoso me pida. Recuerdo que lo que más caliente suele poner a mi chico es verme masturbando mi culo para él e, imaginando tenerlo a mi espalda, empiezo a hacerlo. Lo primero que hago es humedecerme los dedos entre mis piernas y, con ellos empapados, lubricar la entrada de mi culo. La sensación de mis yemas humedecidas, en aquel pequeño orificio de mi ser, me hace suspirar. Muchas veces mi chico ha jugado de la misma manera en él. Siempre se entretiene en lubricármelo muy bien por que sabe que sentir sus dedos dibujándomelo me pone a mil. Lo vuelvo a sentir a mi espalda. Casi puedo sentir su respiración sobre mi piel sudorosa. Noto como poco a poco, ayudado por la humedad y el roce de mis dedos, se va dilatando y, ya casi sin querer, siento como uno de mis dedos se introduce en él. Lo dejo entrar hasta lo más profundo y, no siéndome suficiente, busco una postura mejor que me permita llegar más dentro de mi cuerpo. Cierro los ojos, es como sentir sus dedos explorando mi ser. ¡ Como lo necesito! ¡Joder!
Me pongo de rodillas en el suelo de mi cocina. En esa postura mi culo se ofrece mejor a mis deseos. Dejo que dos de mis dedos jueguen a placer en su interior lo que me mantiene jadeando sin parar. Noto mi sexo latir deseoso y envidioso de aquellos dedos. Estoy totalmente empapada y gotas de mi placer mojan ya el suelo de la cocina que gotean directamente de mis sexo abierto mientras otros resbalan por mis muslos separados. Mis dedos ya no me son suficientes, estoy demasiado caliente y necesito algo más. Algo que se asemeje al miembro erecto y duro de mi pareja. Nerviosa abro la nevera.
Busco con la mirada algo que me pueda servir. Tardo en encontrarlo, pero al final, en una bolsa que hay en el cajón de abajo encuentro lo que busco. Saco de la bolsa una zanahoria. Tiene el tamaño perfecto. Ni excesivamente grande cómo para no poderla usar en mi delicado culo ni tan pequeña como para no darme el placer que busco. Nerviosa y con prisas la limpio. Sin embargo, despacio, sin prisas, y después de humedecerla entre mis labios inferiores, y de protegerla con un preservativo, la deslizo entre mis nalgas dejando que lentamente me folle.
Pienso en mi novio, en lo caliente que verme así le pondría y en lo poco que tardaría en poseerme lujurioso y completamente salido, allí mismo, en medio de la cocina. Mi primer orgasmo se acerca. Brota ya de mi vientre y se acerca al borde de mi coño. Acelero el ritmo de mi mano para follarme más deprisa, buscando aquel instante de placer intenso entre gemidos ahogados y entrecortados. Mi culo se tensa, mis piernas se aprietan, mi coño se contrae. Necesito rozar mi clítoris para alcanzar el orgasmo. Solo con la estimulación anal, por muy fuerte que me folle, no llego nunca a correrme aunque este al borde, cómo ahora mismo. Dejo la zanahoria profundamente hundida en mi culo y llevó mi mano a mi deseoso coño. Sin rodeos me masturbo pasando los dedos por encima de mi clítoris hinchado. Mi primer orgasmo esta al llegar. Lo noto, Ya viene. ¡Me corro! ¡Joder, me corro!
Tardo unos segundos en recuperar la respiración. Sigo con la zanahoria clavada entre mis nalgas y prácticamente tumbada en el suelo de la cocina. El orgasmo ha sido intenso y muy placentero pero mi coño, estimulado por mis caricias parece suplicar un poco mas de atención. Cierro los ojos. Sonrío recordando lo que una vez pasó con mi novio en el mismo sitio donde yo ahora me encuentro.
Aquel día llegó a casa del trabajo y me pilló en la cocina preparando la cena. Sin decirme nada se puso a mi espalda y apretándome las tetas empezó a rozarse con mis nalgas. Llegaba ya empalmado y no me dejo ni siquiera preguntarle que hacía. Simplemente me bajo la ropa y empezó a follarme salvaje y descontrolado. Fue tanto el placer que me dio aquel polvo imprevisto y salvaje que me corrí casi enseguida y me fallaron las piernas. Me tumbé en el suelo y él se masturbo de pie delante de mí corriéndose casi seguido y dejando que su leche me empapara entera.
Pícara volví a abrir la nevera y saqué un brik de leche. La leche va a ser la corrida de mi novio esta noche. Aunque está este fría y la de mi novio aquella noche fuera lava de volcán ardiente. Saco despacio la zanahoria de mi culo y me tumbo boca arriba. Desabrocho la camisa y vierto un poco de leche en mis duros pezones. Imagino a mi novio llegando al orgasmo sobre mi como aquella noche. Dejo caer un poco más de leche en mi ombligo. Llenándolo, rebosándolo. Unas gotas de leche sobre mi cara me hacen sentir que mi chico se esta corriendo en mi cara. Después echo mas cantidad entre mis piernas. Es como sentir a mi novio vaciándose sobre mi. Ya no puedo más.
Busco con mis dedos esa leche mezclada con mis flujos y me la llevo a la boca. Tiene un sabor más dulce que el que había descubierto al probar el orgasmo de mi novio mezclado con el mío.
Me gusta y me chupo los dedos golosa e insaciable. Mi cuerpo, mi ser, mi sexo me piden volver a llegar a un orgasmo que me vacíe por completo. Me subo a la mesa de la cocina y allí encima abro lo más que puedo mis piernas. En el suelo de la cocina se ve un pequeño charco de mis flujos y de la leche mezclados. Estoy descontrolada. Necesito follarme duro. Lo hago. Con una de mis manos froto y pellizco mi clítoris. Con la otra dejo que tres de mis dedos me penetren. Me muevo a un ritmo vertiginoso. Salvaje. Bestial. El mismo ritmo con el que mi novio me hizo suya aquel día. Mi boca solo deja escapar gemidos de placer. Mis ojos cerrados me llevan a sentir a mi novio sobre mi. Mis piernas tiemblan. Mis pechos se balancean al aire. Mi espalda se arquea y mi cintura se mueve acompasadamente con mis dedos. Todo mi cuerpo es puro placer y deseo. Me muerdo los labios. Otro orgasmo se acerca. A veces me gusta disfrutar de ese momento en el que todo el cuerpo se detiene esperando ese orgasmo y me dejo de tocar para alargarlo un instante pero hoy no puedo, el orgasmo que se acerca es mucho más intenso que el anterior. No puedo, ni quiero retenerme, quiero reventar de placer. Mis tres dedos me follan, mi otra mano ya no acaricia si no que restriega mi clítoris vigorosamente. Ya viene. ¡Ya viene! ¡Joderrrrr! ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Me corrooooo!
Es tan intenso que casi me deja sin respiración. Unos momentos después del orgasmo mi coño sigue expulsando flujos en pequeños espasmos de placer que desbordan la mesa y los hace caer al suelo. Agotada y satisfecha me dejo caer sobre la mesa.
Suspiro, lastimosamente, pensando que aún me queda otro mes y medio para sentir así a mi novio y sonrío al pensar que necesitaré, en aquel tiempo, más de aquellos consuelos caseros y solitarios. Ya más relajada y recuperando la respiración abro los ojos y miro por la ventana buscando el aire fresco de la ya noche cerrada. Mi vecino y su amiga me miran atentos desde el alfeizar de su ventana. Les sonrío. Se han ganado el espectáculo. Ellos lo empezaron.
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