El día ha resultado terrible para Flor. Se ha pasado la jornada de un sitio a otro sin ni siquiera tiempo de pararse a comer. En su rostro se nota la tensión de un día agotador y las ganas de llegar al hogar y darse un baño antes de caer rendida en su sofá. Ya camino de su casa, paseando a pocas manzanas de su portal, su mirada va recuperando su brillo intenso habitual y se le va deshaciendo la boca pensando en la frescura del agua de su ducha recorriendo su maltrecho cuerpo. Al entrar en el portal la brisa acogedora de su interior, que contrarresta con el calor de la calle, la recibe como un abrazo cariñoso y convierte esa sensación del agua resbalando por su piel en una necesidad. En el ascensor Flor comienza a revolver en su bolso en busca de las llaves ansiosa por entrar en casa y quitarse los zapatos que le hacen latir doloridas las plantas de los pies. Su mano recorre cada rincón de su bolso mientras el ascensor sube hasta su piso. Cuando esté llega a su destino la mano de Flor ya revuelve nerviosa el contenido del bolso. ¡Maldita sea me he dejado las llaves en casa!
Flor no puede creer su mala suerte. Ha ido a dejarse las llaves dentro en el peor día de todos. No sólo porque el día hubiera sido nefasto, si no porque además coincide que sus padres están en el pueblo y su hermano ha salido de viaje. ¡Y son las únicas personas que tienen un juego de llaves de su casa!
Pese a pasar un rato intentando encontrar una solución (se maldice de no haberse echo caso a si misma y haber dejado algún juego de llaves más repartido entre algún amigo o familiar), finalmente se da cuenta de que su única salida pasa por llamar a los bomberos y que sean estos quienes habrán la puerta. Además de un día horroroso le va a salir caro y encima su ducha tendrá que esperar. ¡Un día lo que se llama redondo!
Flor baja a la calle, es una de las pocas personas que todavía no ha caído en las redes de las compañías de teléfono móvil, y tiene que recurrir a las cada vez más escasas cabinas telefónicas. Por suerte una de esas cabinas está cerca de su casa. Llama a los bomberos y se sonroja de vergüenza al explicar a la recepcionista el motivo de su “emergencia”. Después espera pacientemente. Veinte minutos más tarde un coche de bomberos se acerca por la carretera.
Cuando el bombero que conduce el coche se baja del mismo un pensamiento fugaz cruza por la mente de Flor, luego una risita callada se reprende a sí misma. ¡Mira que pensar en lo bueno que esta! Así tienes tú la cabeza bonita por pensar esas cosas en vez de en meter las llaves en el bolso.
— ¿Es Usted quien nos ha llamado? — Le interroga el bombero desde sus ojos verdes, su tez morena y su voz profunda.
— Si soy yo. Pero no me trates de Usted. La mala memoria es cuestión de mi alocada cabeza, no de la edad — Flor esboza una sonrisa que ella intenta que sea de simpatía pero que le sale más seductora de lo que ella pretende en un principio.
— Disculpa, es la costumbre. ¿Cual es tu piso?
— Ese — Dice Flor señalando a uno de los balcones de la fachada principal — Y dentro hay una ducha esperándome y mi juego de llaves para poder entrar.
— ¿Un mal día?
— Pues la verdad es que los he tenido mejores, si.
— ¿Sabes si al salir has dejado alguna ventana abierta? El coche tiene escalera y si, por casualidad, te has dejado abierta la puerta del balcón te podríamos ahorrar el tener que descerrajar la puerta.
— Pues si. Si no recuerdo mal esta mañana antes de salir deje el balcón abierto para airear la casa.
— Muy bien. Pues no te preocupes. Sube a tu casa y espérame junto a la puerta. Enseguida estarás dándote esa ducha. — El bombero le guiña un ojo y le dedica una brillante sonrisa llena de dientes blancos antes de darse la vuelta dirección al camión. Flor nota como su cara se sonroja.
Unos minutos más tarde el bombero de ojos verdes, bonita sonrisa y pelo moreno abre la puerta de su casa desde dentro y le invita a pasar. Flor entra en su casa y señala un juego de llaves que cuelga de una de las paredes del hall.
— Ya lamento haberos molestado por un despiste tan tonto. —Dice Flor sonrojándose de nuevo.
— No te preocupes. Mejor tener este tipo de salidas que no un incendio.
El haber solucionado el problema, el estar ya en la tranquilidad de su hogar y el tono de voz con el que el bombero le ha hablado, despierta un punto de lascivia en Flor.
— De todos modos gracias. No se como agradecértelo — Esta vez la sonrisa de Flor si va cargada de un toque de seducción premeditado.
— No hace falta. Es nuestro trabajo — El bombero le devuelve la sonrisa y se dispone a salir por la puerta. ¡O haces algo o se marcha!
— De todos modos me gustaría agradecértelo invitándote a cenar. Tiene pinta de ir a hacer una noche estupenda y se tiene que estar muy bien cenando en alguna terraza. Que menos por haber salvado mi puerta de morir descerrajada ¿no?
El bombero se gira mirándola con sus ojos verdes.
— Muy bien, si insistes...termino mi turno a las nueve. Puedo pasar a recogerte a las diez. ¿De acuerdo? — Flor asiente con un leve gesto de cabeza.
Quitarse los zapatos, desnudarse lentamente mientras el agua tibia llena su bañera y suspirar aliviada cuando el agua acaricia su piel, es todo uno. Flor se sumerge en el agua dejando que esta se lleve de su piel el sudor y las huellas del cansancio y que recupere así su tersura habitual. Más relajada vuelve a escapársele una sonrisita nerviosa. ¡Mira que atreverte a invitarle a cenar!
Pero algo en Flor ha cambiado. Ya el día no le parece tan horroroso y en su mirada ya no se refleja el cansancio. Un brillo seductor y sexy adorna sus bonitos ojos. Sus pensamientos vuelven al bombero. Aquel chico alto, de pelo negro, ojos verdes, sonrisa perfecta y cuerpo atlético tiene toda la pinta de ser una apetecible recompensa a un mal día; un buen postre a una mala cena; un premio bienvenido a un despiste tonto.
Flor mira su imagen en el espejo de su cuarto de baño. Desnuda, con el cuerpo perlado de gotas de agua y su pelo negro enmarcando su cara, Flor se ve a sí misma más que sexy como para seducir a aquel bombero. Elige con esmero la ropa de su armario. Un conjunto de ropa interior negro y un vestido de tirantes color azul le parecen lo suficientemente informales para no dar la imagen de haber preparado en exceso su vestimenta y lo suficientemente provocadores para que el bombero se fijara en sus múltiples encantos. Después, no sin nervios (hace tiempo que Flor no se tiene que enfrentar a una cita), pasea por el pasillo de su casa a la espera de que suene el timbre. A las diez en punto llaman a la puerta disparando los nervios de Flor. Respira profundo y sale a abrir.
— Vaya, estas guapísima. Al final voy a ser yo quien voy a tener que dar las gracias porque te hayas olvidado las llaves...— La mirada del bombero intenta mantenerse fija en los ojos de Flor pero no puede evitar un par de “deslices”. Las bonitas piernas de Flor y su escote no escapan a sus ojos verdes.
Flor sonríe. Se ha dado cuenta de los “deslices” del bombero y esta segura de haber elegido bien la ropa para aquella cita. Él también ha sabido vestirse bien. Pese a que al quitarse el traje de bombero pierde parte de su morboso atractivo, los tatuajes que deja a la vista su camisa blanca de manga corta y que adornan sus musculosos brazos le devuelven ese punto morboso que tanto la atrae. El color blanco de la camisa resalta aún más el color moreno de su piel y los pantalones vaqueros se ciñen a sus fornidas piernas. Cuando se acerca a darle dos besos su olor se aferra como una enredadera a su cerebro y despierta la primera llama de deseo en Flor.
La cena es incluso mejor. El bombero además de sumamente atractivo, es divertido y consigue que Flor no pueda dejar de reír lo que acaba de seducirla por completo. Lo que empezó en una pequeña llama de lascivia y un juego de seducción se convierte en un deseo. Flor siente como su ropa interior se impregna del rocio del amanecer de su excitación. Se siente perder en aquellos ojos verdes que no dejan de mirarla y se imagina a si misma abrazada por aquellos brazos tatuados. En un momento de la noche, cuando la cena casi llega a su final, el deseo se dispara y se imagina montada sobre el cuerpo desnudo de aquel chico y no puede reprimir morderse los labios y un ligero suspiro.
Termina la cena y el joven le ofrece a ir a tomar una copa. Flor la rechaza con sutileza. No quiere ser demasiado descortés porque en realidad sus intenciones son otras. No quiere perder el tiempo con copas, quiere llevarse al chico a casa.
— Estoy un poco cansada. El día ha sido duro. Si me acompañas dando un paseo...
— Si claro. Te acompaño.
Flor y el bombero inician el regreso a casa. La conversación ya no es tan fluida como durante la cena. Un silencio lleno de misterio les envuelve. A cada paso Flor pasea más y más cerca del chico hasta casi rozarse. Entonces él la mira, la sonríe y la envuelve con su brazo acercándola a su cuerpo. Su penetrante olor vuelve a apoderarse de los pensamientos de Flor y una imagen fugaz de él sudoroso sobre ella le hace estremecerse.
Flor no puede evitar sentirse excitada. Siente la humedad brotando de su interior, siente la llama del deseo encendiéndose entre sus piernas con tanta fuerza que hace arder sus pensamientos, y en ese momento, como si los pensamientos ardientes de Flor se hubieran transmitido telepáticamente, él se coloca frente a ella y la besa.
Es un beso que nace suave, como un pequeño riachuelo en la cima de una montaña que va ganando fuerza según se acerca al mar. Él la humedece los labios con la punta de su lengua mientras sus manos mesan su cabello. Sus blancos dientes mordisquean los labios entreabiertos de ella antes de que sus lenguas se fundan. El beso gana intensidad, como si el riachuelo que nació suave se acercara a una cascada. Las manos de él ya no sólo acarician su pelo, también se pierden bajo su vestido. Los brazos de Flor aprietan su cuerpo contra el de ella. Otra imagen de los dos sudorosos y excitados cruza su mente al sentir el miembro erecto de él contra su cuerpo. ¡Dios estoy mojada!
Ya en el portal, mientras esperan al ascensor, siguen besándose, dejando que sus cuerpos se rocen, que la piel arda con el contacto del otro. Dentro del ascensor él se coloca a su espalda y la cubre de besos el cuello mientras que su mano, mucho más atrevida que sus labios, juega por debajo de su vestido acariciando sus nalgas y haciendo que se empape la ropa interior de Flor, que a cada instante está más alterada.
Frente a la puerta de su piso Flor intenta que las llaves coincidan con la cerradura pero los besos, cada vez más lascivos, que recibe en su cuello; la mano atrevida que ya se ha abierto paso entre su ropa interior y acaricia el interior de sus muslos; el miembro erecto que siente ardiendo contra su espalda le hacen temblar las piernas y no consigue acertar a abrir.
— Si sigues así no vamos a poder entrar nunca. —Dice Flor mientras de su boca no puede evitar que escapen pequeños suspiros que la mano que acaricia sus muslos le arranca de su interior.
— No me importa. Si no abres te follo aquí mismo. — Esas palabras soeces susurradas a su oído con un tono sugerente y sensual acaban por empaparla del todo. Finalmente la puerta cede y Flor entra en casa empujada por el cuerpo de él y su propio deseo. Dentro de casa es ella quien se abalanza sobre él.
Unos minutos más tarde ninguno de los es capaz de recordar como han llegado hasta la cama, quien de los dos ha desnudado al otro ni como el deseo y la pasión se han enredado como hiedra en su cerebro hasta hacerles perder la razón y dominarles. Flor está tumbada boca arriba sobre cama. Encima de ella el cuerpo desnudo de él, dado la vuelta. Flor no puede, ni desea, parar de saborear el miembro erguido, duro, suave y húmedo que gotea suaves goteas de néctar de placer en su boca. Él se deleita en bañar sus labios en el delicado manantial de flujos que se ha convertido la entrepierna de Flor. Ambos gimen y jadean, ambos sudan, los dos arden. El cuerpo de Flor se convulsiona, se le arquea la espalda, su frente se llena de sudor. Durante una décima de segundo su corazón se detiene. Todo parece detenerse como si la tormenta que la rodea hubiera llegado al ojo del huracán. Pero los ojos de huracán son traicioneros y la calma dura poco. Flor estalla en un orgasmo que la hace gritar de placer e inunda la boca de su amante.
Con la boca brillante por aquel orgasmo él se gira sobre ella y la mira a los ojos. Flor tiene la mirada encendida. Sus pupilas están dilatadas y brillan pese a la oscuridad de la habitación. Su respiración entrecortada agita su pecho desnudo y bañado en sudor. Flor mira los labios brillantes del bombero y no puede reprimir el deseo de probar su clímax.
El beso es salvaje. Los flujos, las salivas, las lenguas, los labios, todo se mezcla en ese beso apasionado. La habitación huele a sexo y ese olor incita, todavía más, a la lascivia. Cuando las bocas se separan, de los labios de Flor se escapa jadeo incontrolado.
Él apoya sus tatuados brazos a ambos lados de la cabeza de Flor y se aferra a las manos de ella. Ella abre más sus piernas, deseosa de recibir las envestidas que esa polla erguida que se acerca a su sexo hace intuir. Al primer contacto de ambos sexos Flor comienza a gemir de placer. Sentirse llena mientras mira a los ojos de él, que reflejan un ardiente deseo y una llama de pasión, hace que la tempestad de su cuerpo recobre fuerzas después de unos pequeños instantes de calma tras la intensa lluvia anterior. Ambos no dejan de mirarse a los ojos mientras los cuerpos se balancean rítmicamente. Él no sólo la folla entre las piernas, también la penetra con los ojos. Gimen sin apartar la mirada, sus jadeos sólo cesan cuando sus bocas se acercan para devorarse.
Flor siente como la lava de su cuerpo, que nace en el fuego de su sexo y sube hasta su cabeza haciéndola arder, la hace perder definitivamente el control. No puede más. Necesita más. Ya no se conforma con el brillo de aquellos ojos y las penetraciones rítmicas de esa polla cada vez más erguida. Con una fuerza que sólo puede nacer del más intenso de los deseos Flor voltea al robusto bombero y se sienta sobre él.
Sus uñas se clavan en los hombros de él al volver a introducirse la polla en su coño ardiente y empapado. Todos sus sentidos se centran en alcanzar una nueva cima de placer. Su gusto saborea los restos de la mezcla de flujos que quedan en sus labios. Su olfato se deleita con el olor a sexo que impregna el aroma de su cuarto. Su oído se recrea en los gemidos placenteros que arranca con el vaivén de sus caderas a su amante. Su vista disfruta al ver los tatuajes, el torso sudado, el vientre plano, los ojos verdes encendidos de su acompañante y cierra los ojos para volverlo a imaginar vestido de bombero. Su tacto, llevado por el descontrol y buscando ese nuevo clímax que la haga desfallecer, acaricia su hinchado clítoris.
— Vas a hacer que me corra...— Deja escapar entre jadeos entrecortados el bombero. Flor aumenta el ritmo de sus caderas y el de sus propias caricias. Siente como la lava que instantes antes hacía arder todo su cuerpo vuelve a concentrarse entre sus piernas. Desaparecen los latidos de su corazón. Sólo puede notar latir su coño. Puede sentir dentro de ella como se marcan las venas en aquel miembro erecto que envuelve entre las paredes de su sexo. Lo estruja, lo aprieta, lo hace estremecer. Casi puede llegar a sentir como el ardiente magma sube por la chimenea de aquel volcán que va a estallar dentro de ella y adecua su ritmo para ambos volcanes erupcionen al unísono.
— ME CORRO. ME CORROOO... — Gritan los dos instantes antes de que el orgasmo selle sus bocas en un espasmo de placer. Con las piernas temblorosas, el cuerpo sudado y una sensación de placer recorriendo su cuerpo que la hace sonreír Flor se deja caer sobre él. Ninguno de los dos dice nada. Las últimas contracciones del sexo de Flor terminan por exprimir el placer del bombero.
Un último pensamiento cruza la mente de Flor, nublada por los dos orgasmos alcanzados, ¡Verdaderamente ha sido un día agotador! Y esboza una sonrisa antes de dormirse.
