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jueves, 23 de julio de 2015

A solas con Zar

Me despierto sobresaltada, sudorosa, asustada. Ese maldito sueño otra vez. Llevo varias noches sufriendo la misma pesadilla. Es el típico sueño en el que te sientes perseguida y ves como tu acosador se acerca más y más a ti por muy rápida que intentes correr. Cuanto más aceleradamente corres, más cerca lo tienes y cuando ya crees que nada puede evitar que te alcance, cuando te fallan las fuerzas y estas a punto de entregarte a tu suerte, entonces despiertas empapada en sudor.
En mi habitación apenas si entra un haz de luz artificial por la persiana. Enciendo la lámpara de la mesilla para cerciorarme que ya nadie me sigue. Solemne estupidez por mi parte pero me deja más tranquila. Tengo la boca seca, pastosa. Me ha entrado sed. Me levanto y voy a la cocina a por un vaso de leche fresca.
Paseo por el pasillo desnuda. Hace mucho calor y he decidido dormir como mi madre me trajo al mundo sobre las suaves sabanas de mi cama. Ni siquiera la he deshecho, por lo menos al acostarme, ya que al despertar de mi pesadilla está toda la ropa de cama por el suelo. Parece que en mi cuarto haya habido una lucha cuerpo a cuerpo, y hace ya varios meses que eso no pasa, por desgracia, en mi cama. Al llegar a la cocina enciendo la luz. Me conozco mi cocina de memoria pero tengo que asegurarme de que allí no hay nadie. Otra estupidez más.
Hace ya cinco años que vivo en aquella casa. Los tres primeros años con el que era mi marido. Ahora no tengo que dar explicaciones a nadie de a donde iba a las tres de la madrugada completamente desnuda por la casa.
De uno de los armarios de encima de la fregadera saco un vaso de cristal. Abro la nevera. Me servo un vaso de leche hasta el borde y me lo bebo prácticamente de un trago. Estoy sedienta. Correr dormida también produce mucha sed. La leche me sienta bien, me tranquiliza. Mi respiración deja de ser acelerada y mis nervios me templan. Me lleno otro vaso para llevármelo a la cama.
Me detengo en frente del espejo del pasillo a decirme lo tonta que soy. A mi edad, treinta y tres años muy bien llevados, y asustada en mi propia casa por una pesadilla absurda. El espejo refleja a una mujer sensata, atractiva, serena y yo en cambio me veo como una adolescente quinceañera al borde de perder la virginidad en su primera cita, asustada y temblorosa. Pese a la reprimenda ante mi misma no olvido encender la luz. Dejo el vaso sobre la mesilla. No me molesto por recoger las sabanas, con este calor no me hacen falta, y me vuelvo a acostar. Cierro los ojos.
Poco a poco el sueño se vuelve a apoderar de mis sentidos. Dejo de oír el ruido de algún coche noctámbulo pasando por mi calle. Mis pensamientos dejan de ser claros y viajan de uno a otro sin sentido. Me quedo dormida. La sensación de angustia vuelve a apoderarse de mí. Noto una fuerte presión en mi pecho. Como si algo me oprimiera los pulmones sin dejarme respirar. Vuelvo a empaparme en sudor. Me siento otra vez asustada. Mi respiración es cada vez más dificultosa. Me resulta muy difícil coger aire. La presión en mi pecho aumenta. Alterada vuelvo a abrir los ojos. Un ladrido acaba por despertarme del todo y veo a mi perro bajarse de mi cama apresurado. Casi más alterado que yo. El pobre se había quedado dormido encima de mí y mi brusco despertar lo ha espantado. Enciendo la luz. No suelo dejarle entrar en mi habitación, seguramente se ha colado al salir yo a la cocina. Me siento en la cama y lo llamo. Más tranquilo vuelve a acercarse y se sube a la cama. Con suavidad lo acaricio y le dejo que se suba en mi regazo. Con voz dulce le echo una pequeña bronca por el susto que me ha dado y con una caricia le pedo perdón por el brusco despertar que le he dado yo.
Aquel perro cavalier king era mi compañero desde que mi ex marido y yo nos separamos. Lo había comprado al día siguiente de que mi ex se fuera. Apenas tenía unos meses. Desde entonces llegar a casa se hacía mucho más agradable. Siempre me recibía alegre y cariñoso. Esperándome a la puerta de casa. No como otros. 
Zar, que así se llama mi perro, una vez pasado el susto que se había llevado el pobre, vuelve a mostrarse cariñoso y zalamero en mi pecho. Yo, con la boca otra vez sedienta por el segundo amargo despertar, cojo el vaso que he dejado en la mesilla y le doy un sorbo. Por mi torpeza varias gotas de leche caen sobre mis pechos y sobre Zar. Instintivamente, y sin pensárselo dos veces, mi perro saca su lengua y lame de mis pechos. Mis pezones reaccionan a aquella lengua áspera. Divertida lo aparto. Lo bajo al suelo y pidiéndole que se este quieto sobre la alfombra me tumbo en la cama y cierro los ojos por tercera vez.
Sonrío al pensar en que aquel perro me había mostrado más cariño en la primera semana conmigo que el patán de mi ex marido en nuestros tres años de matrimonio. En el fondo me alegraba de haberle descubierto revolcándose en el suelo como un animal en celo con la ex vecina del segundo. Aquel día varias cosas pasaron a ser ex. Ahora los dos vivían juntos a las afueras de la ciudad en una casa con jardín. La había comprado ella con el dinero de una herencia inesperada. Estaba segura de que lo había hecho para no tener vecina del segundo, por si las moscas.
El sueño, esta vez, tarda menos en llegar. Los mimos de Zar me han tranquilizado. Saber que está a mi lado me hace sentir más segura aunque sea un pequeño perro adorable. Los lazos de Morfeo me abrazan llevándome, esta vez, a un sueño más tranquilo. Estoy en el monte. Rodeada de flores silvestres. Tumbada sobre la hierba, sintiendo el frescor del rocío. Mirando al cielo. Un cielo azul intenso. La suave brisa de las montañas acaricia mi rostro. Las briznas de hierba danzan al ritmo de la música que toca el viento. Echada entre las flores dejo que sus pétalos me acaricien. Puedo sentirlos rozando mis brazos. Jugando en mi pecho. Puedo sentir la humedad del rocío que de sus hojas pasa a mi piel. Uno de los pétalos roza mis labios. Despierto, otra vez. No es la humedad del rocío lo que me ha humedecido los labios. ¡Es la lengua de Zar!
Mi perro ha vuelto a subirse a mi cama. Se ha acurrucado entre mi brazo y mi costado. Al parecer, después de haber probado la leche en mis pechos, se ha quedado con ganas de más. Ha intentado encontrar lo que buscaba otra vez en mis pezones pero al no encontrarlo ha probado en el último sitio que la leche ha mojado. Mis labios. Y allí ha debido encontrar lo que buscaba. Por que, cuando al despertar abro los ojos, su minúscula lengua pasea de nuevo por mi boca. Es una sensación agradable, cariñosa. Como un suave beso dado por un amante furtivo. Es la caricia más dulce que ha recibido mi boca en los últimos años. Sonriente le dejo a Zar jugar un poco más en mis labios, después con dulzura lo aparto a un lado de la cama. Le digo que le dejo dormir a mi lado si promete estarse quieto. Como es habitual en él no me obedece.
Acabo de volver a cerrar los ojos y ya está, otra vez, lamiéndome los labios. Le dejo hacer, no le aparto, pienso que ya se cansará cuando mi boca deje de saber a leche. Su pequeña lengua me recorre la comisura de los labios. Me hace suaves cosquillas con sus bigotes. Es una sensación placentera. Sorprendentemente, me gusta.
Mi mascota no parece cansarse de lamer mis labios. Yo estoy convencida que hace rato de que en mi boca no queda ni rastro de su postre pero él sigue acariciándome suavemente la comisura con su diminuta lengua. Yo ni me muevo. Me siento atraída por la sensación de aquella áspera caricia. En lo más profundo de mi ser algo me grita que no quiero que mi perro deje de besarme. La idea de volver a mojarme los labios con la leche cruza mi mente. La idea de que estoy loca viene detrás. ¿Qué hago tumbada dejando que mi perro me bese en la boca? No me muevo. Zar sigue jugando en mis labios.
Mi cabeza se debate en una batalla de sentidos. Mi lado cuerdo me dice que aparte a aquel perro de mi boca. Mi lado alocado me dice que vuelva a mojar mis labios en leche no fuera a ser que Zar se cansara de lamer. Mi lado sensato llama loca a mi lado inconsciente. Mi lado travieso pregunta que hay de malo en dejarse besar. Mientras mi mente batalla Zar sigue besándome. Entreabro mis labios.
La delicadeza con la que me acaricia da ventaja a mi lado alocado. Mi lado sensato da ya casi por perdida la batalla pero se resiste a dar por perdida la guerra. No me muevo. Nada en mi da un paso hacia un lado o hacia el otro. Ni me decido a apartar a Zar de mi lado ni me atrevo a mojar mis labios para retenerlo allí. Mi cabeza es incapaz de decidir que hacer en aquella situación tan novedosa. Al final, con la ayuda de Zar, es mi instinto quien decide.
Zar deja de lamerme. No se aleja. Simplemente deja de acariciarme con su pequeña lengua. Se queda quieto. Y entonces mi instinto actua. Sin pensármelo cojo la leche de la mesilla y vierto unas gotas en mi boca. Zar, viendo resbalar su blanco deseo por mis labios vuelve a besarme. Mi instinto ha hecho ganar la guerra a mi lado alocado. Me gusta aquella sensación y no quiero que termine. No por lo menos en ese momento.
Al saborear de mis labios la leche Zar intensifica sus caricias. Su lengua se mueve más rápida por mis labios. Yo sigo con la boca entre abierta. Su lengua es tan pequeña que se cuela entre mis comisuras y golpeaba, a veces, suavemente con mis dientes. El beso me está atrapando. Mi lado alocado ha ganado la guerra al lado sensato y empieza a entablar batalla con la razón. ¿Que pasará si vierto más leche en otras partes de mi cuerpo?
La razón resiste, como muro de piedra, las furiosas envestidas de mi marea alocada. Sin dejar de sentir la lengua de Zar en mis labios recuerdo como minutos antes, cuando mi torpeza manchó de leche mi pecho y la cabeza de Zar, mis pezones habían reaccionado rápidamente a la suave caricia del can. No dudo de que al repetir la sensación mis pezones volverían a reaccionar de la misma manera. ¿Y si lo pruebo? ¿Qué puede pasar? El muro de piedra de mi razón se mantiene en pie. 
La lengua de Zar se desacelera en mi boca. Ya no queda leche en mis labios y mi amada mascota pierde interés. Separo un poco más mis labios para coger un poco de aire y, en ese leve descuido, nuestras lenguas se chocan. Es tal la sensación que se abre una grieta en el muro de piedra y el agua de la locura comienza a dañar su estructura. ¿Qué perdía probando? ¿Sería igual de placentera su caricia? ¿Llegaría a excitarme? La razón tiene la guerra perdida.
Es una locura lo que estoy haciendo pero ya estoy loca. Pongo a Zar en mi regazo. Cojo el vaso de la mesilla y derramo unas gotas por mi pecho que resbalan por mis pezones. Acerco a Zar para que huela su postre. Mi locura habla en mi cabeza pidiendo, por favor, que el can siga hambriento. Su caricia no tarda en contestarme.
Me lame con tanta dedicación. Con tanto cariño. Con tal intensidad. Un suspiro se escapa de mis labios. Mis pezones se endurecen. Zar juega con ellos. Los lame juguetón. Su áspera lengua me arranca un suspiro desde lo más hondo de mi ser. Sus pequeñas uñas, muy bien cuidadas, se clavan en mis muslos. Su suave pelo se roza con mi vientre. Mis pezones se muestran erectos. Dejo caer unas pocas gotas más de líquido sobre ellos.
Estoy excitada. Esa lengua me produce sensaciones que creía tener guardadas en algún rincón olvidado de mi mente. Juega goloso con mis pechos, los acaricia y lame con dulzura e intensidad a la vez. La aspereza de su lengua intensifica la sensación de placer. Me siento humedecer. Mi sexo late. Me muerdo los labios. Suspiros de placer salen de mi boca. ¿Y si llevo a Zar entre mis piernas? Esta vez ninguno de mis pensamientos se opone.
Separo mis piernas. Bajo a Zar sobre la cama. Sus uñas me arañan levemente al intentar separarlo de mi regazo. Separo los labios de mi sexo con dos dedos. Estoy mojada, jugosa. Con la otra mano dejo caer una buena cantidad de leche sobre él. Está tibia. Arqueo un poco la espalda al notarla sobre mi sensible clítoris. Al principio Zar no reacciona. Se queda quieto mirando como el líquido se desliza entre mis muslos y se mezcla con mis flujos. ¿No tendrá ya hambre? ¿Mi olor le despista?
Con una de mis manos le acerco más su linda cabecita. Puedo sentir su aliento. Una suplica, pidiéndole que lama, me sale de las entrañas. Por una vez obedece y un profundo jadeo me derrumba sobre la cama.
A Zar no parece importarle que su postre favorito esté mezclado con el sabor de mi placer. Lame con ganas. Su minúscula lengua me recorre de arriba a abajo. Mi sensible clítoris reacciona a cada roce de esa áspera lengua endureciéndose y provocándome pequeñas convulsiones. Me siento al borde del clímax. Necesito alcanzarlo. Vuelco el resto de la leche sobre mi coño empapado. Abro mis piernas lo más que puedo. Entre gemidos de placer le digo a mi amante que no pare. Obedece y eso me llena de placer. Mi espalda se arquea. Me ofrezco completamente a su lengua. Le entrego cada gota de placer que mi sexo vierte. Rezo por que no se detenga en este momento. Sólo necesito unos cuantos golpes mas de su lengua en mi hinchado clítoris para llegar al orgasmo. ¡Sigue Zar, no pares ahora! ¡Hazme correr! Unos golpecitos mas de tu lengua. Dame unos golpecitos mas. Así, muy bien, asiii. No pares ahora. Ya viene, ya viene…¡Me corro! ¡Joder, Zar, me corro!
Sudorosa, relajada, satisfecha como es difícil de explicar, me dejo caer sobre la cama. Mi perro, mi amado perro, se ha convertido, por esta noche, en mi amante más fiel. ¿Será una locura transitoria?

2 comentarios:

  1. El placer que puede llegar a dar un baso de leche a media noche.

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