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jueves, 20 de agosto de 2015

En pareja excitante sorpresa.

Por fin llegaba el día. Mi novio, después de tres meses fuera de casa por motivos de trabajo volvía al fin. Se me habían hecho eternos aquellos días. Pero esa tarde me llamó desde Berlín. Allí, en una empresa de computadores, había estado trabajando todo este tiempo. Para mi sorpresa no me pidió que fuera a buscarle al aeropuerto. Simplemente, y con voz muy misteriosa, me dijo que estuviera arreglada a las diez de la noche siguiente para salir, que me tenía una sorpresa preparada. Que me pusiera elegante y que no hiciera preguntas. Obedecí, intrigada y sorprendida por igual. Mi novio, antes de salir de viaje, no era muy dado a sorprenderme.
Me pasé toda la noche y la mañana siguiente pensando en cuál podía ser la sorpresa de mi chico, a donde me iba a llevar y a que venía todo aquel misterio. Por muchas vueltas que le dí, y ante lo inusual del comportamiento de mi novio, no llegué a ninguna conclusión. Eso sí, si lo que mi pareja buscaba era tenerme nerviosa todo el día antes de vernos, lo había conseguido. Tres horas antes de las diez de la noche yo ya estaba eligiendo la ropa que iba a ponerme, duchándome y maquillándome para salir. Elegí un vestido de licra ajustado, que sabía que le volvía loco, color gris marengo, de tirantes y bastante escote. Estaba acabando ya el verano y entrando el otoño pero, para nada se notaba en las temperaturas y las noches seguían superando los veinticinco grados. Cogí también unos zapatos de tacón alto y ropa interior de color azul claro.
Antes de vestirme me dí una ducha. Debajo del agua no podía dejar de pensar en las ganas que tenía de verlo. Habían pasado casi cien días desde la última vez que había sentido sus besos, su calor, sus abrazos. Me acorde de la noche que al llegar a casa y, ante una imagen morbosa, había acabado masturbándome en plan salvaje en medio de la cocina pensando en él. Y aquella no había sido la ultima ocasión que había tenido que recurrir a ello victima de un deseo incontrolable ante la falta de sus caricias. Había habido varias veces mas. Una especialmente morbosa en el cuarto de baño de un restaurante al que mis nuevos amigos, mi vecino de enfrente y su chica que se habían convertido en buenos confidentes desde la noche que me sorprendieron, me habían invitado a cenar. Nos pasamos gran parte de la cena comentando aquel episodio en la que me habían descubierto y se habían deleitado mirándome. Al principio me dio un poco de vergüenza, después, el deseo y el morbo se fueron apoderando de mí y acabé en el baño, abierta sobre el urinario, masturbándome con los dedos. Por fin, esa noche, y se pusiera como se pusiera mi novio con su sorpresa, se iban a terminar mis noches de autoexploración
Salí un poco alterada de la ducha, pero decidí reservarme para mi novio. Quería darle toda mi pasión y mi deseo a él. Me maquillé, nada exagerado. Un poco de color en los labios y la raya del ojo, nada más. Como solía decirme mi chico ya era guapa al natural, no necesitaba artificios. ¡Me hacía tanta gracia cuando me lo decía! No se le daba nada bien hacer la pelota. Se le notaba a la legua que estaba adornando. Aun así yo me hacía la halagada. Para las nueve estaba lista y preparada para salir, las palabras de mi novio la tarde anterior por teléfono habían dado resultado. Era la primera vez desde que estábamos juntos que yo estaba arreglada antes de la hora para ir a cualquier sitio.
Media hora más tarde me llamó. Yo ya estaba desgastando la alfombra del pasillo de tanto dar paseos nerviosos. Me preguntó si ya estaba lista. Al contestarle que sí se sonrío y me dijo que bajara en diez minutos. ¡ Que largos se me hicieron aquellos malditos 600 segundos! Tan largos que cuando el reloj aún me avisaba de que faltaban dos minutos para la hora marcada yo ya me lanzaba escaleras abajo, veloz como un gúepardo, sin importarme los altos tacones de mis zapatos. Llegué al portal. Con la respiración acelerada. Busqué con la mirada por toda la calle, miré nerviosa hasta donde llegaba mi vista. Por más que escudriñé en la lejanía no le vi. Maldije mis prisas.
Cinco minutos más tarde apareció un impresionante deportivo color negro. Era el coche de mis sueños, siempre había deseado tener un coche como aquél. Lo veía pasar y por un segundo dejé de pensar en mi novio y me quedé absorta en aquella belleza de automóvil. Me quedé paralizada cuando el coche paró frente a mí y de su interior, y vestido con un traje muy elegante y señorial, salió mi novio. Yo me había quedado sin habla. No podía ni moverme. ¿De dónde había sacado mi novio un coche así?
El se acercó a mi lado, sonreía al ver que su sorpresa había causado en mí el efecto esperado. Dulcemente, con todo el amor que yo sabía que él sentía por mí me besó y aquel beso dulce y apasionado me sacó de mi trance. Casi hizo olvidar los cien días alejados el uno del otro. Le pregunté de donde había sacado aquel coche y si aquella era mi sorpresa. Me dijo que el coche era un regalo de la empresa en la que había estado trabajando como reconocimiento a su gran trabajo y que, por supuesto, lo había pedido para mí. Lo abracé con todas mis fuerzas sin dejar de darle las gracias por la sorpresa. Sonriendo me dijo que la sorpresa no había terminado aun. Volvió a sorprenderme. Me pidió que me sentara al volante del coche y que le llevara a un restaurante que había a las afueras de la ciudad.
Mientras conducía el coche de mis sueños al lado del hombre de mi vida intentaba pensar que más me tendría preparado mi novio para aquella noche. Aquel coche, verlo vestido de traje tan elegante y guapo ya eran suficiente sorpresa para mí, había superado todas mis expectativas. Viajaba como en un sueño. Mi novio me acariciaba los muslos por encima del vestido, con una dulzura y un amor eternos. La suavidad de sus manos sobre mi vestido de licra, el deseo contenido durante aquellos cien días por sentir de nuevo sus manos, volverlo a oler, volverlo a sentir sobre mi piel aunque sólo fuera en una leve caricia con la yema de sus dedos, me estaba encendiendo por completo. Viajaba como en una nube. Apenas si distinguía el tráfico de la ciudad. A duras penas conseguía discernir si el siguiente semáforo estaba en verde o en rojo. Poco importaba. Mi novio estaba, al fin conmigo, de vuelta. Los coches a mi lado pasaban a gran velocidad. Iba con mi deportivo nuevo y no pasaba de setenta. Como si no quisiera llegar nunca. No quería bajarme de mi nube.
Aparqué en el parking del restaurante sintiéndome completamente humedecida y deseosa. Al salir del coche me acerqué a él apresurada y lo besé con intensidad dejando que nuestras bocas y nuestras lenguas se fundieran y entrelazaran. Con suavidad me agarró de la barbilla y tendiéndome una de sus manos me invitó a seguirle al interior del restaurante. Yo me hubiera entregado a él allí mismo, en el aparcamiento, pero sonriendo le seguí. Ya habría tiempo esa noche para hacerlo mío. Era tanta la dulzura que se veía en sus ojos al mirarme, tanto el amor que desprendía por mí en cada caricia y en cada beso. Lo amaba, lo deseaba. Por fin volvíamos a estar juntos.
Entramos en el restaurante de la mano. Para mi sorpresa el metre lo llamó por su nombre comunicándole que todo estaba preparado como él había pedido. ¿Qué me tendría preparado mi novio en aquel lugar que con tanto misterio llevaba? ¿Cómo era posible que aquel señor lo llamara por su nombre sí nosotros no habíamos estado nunca allí? Se lo pregunté. Con una sonrisa me contestó que durante sus últimos días en Berlín había estado preparando con mimo aquella noche. Había hecho muchas llamadas para conseguir una velada de ensueño, que me había echado mucho de menos  y que me amaba con toda su alma, que sólo quería hacerme feliz.
Nos habían reservado una mesa en el fondo del local. El restaurante tenía una luz tenue que le daba un toque muy romántico. Cada una de las mesas estaba cubierta con un mantel de color verde pistacho y sobre cada una de ellas dos velas iluminaban a los comensales. Me fijé en la gente que cenaba allí. Casi todo eran parejas que entrelazaban sus manos por encima de la mesa. Mi novio y yo tomamos asiento. Nos tomaron nota de los platos que íbamos a comer y nos sirvieron un vino rosado de aroma afrutado. Le pregunté a mi novio por su viaje.
Mientras me contaba como su trabajo había ido muy bien noté una de sus piernas rozando las mías. Instintivamente las separé un poco. Se había quitado uno de los zapatos y la suavidad de uno de sus calcetines me rozaba la piel. Primero por debajo de mis rodillas. Después, lentamente fue subiendo. Muy despacio. Yo le dejaba hacer disimuladamente. Le miraba atenta a lo que me contaba sin hacerle entender que sus caricias me afectaran.  Siguió jugueteando con su pie sobre mis piernas hasta acariciarme por dentro de mis muslos. Su tacto era suave, se movía delicado. Lo deseaba. Me hubiera gustado que siguiera subiendo pero ahí paró y volvió a bajar hasta mis tobillos sin dejar de hablarme de lo bien que había ido todo en Berlín. Me había hecho volver a sentir excitada. Lo deseaba tanto. Lo había echado tanto de menos que mi cerebro empezaba solo a pensar en sentirme llena de él.
Nos sirvieron el primer plato de la cena. Mi novio acercó su silla a la mía. Se puso a mi lado. Respire profundo y todo su aroma entró por mi nariz. Aquel olor tan característico de él se apodero de mi. Lo amaba. Sin dejar de hablarme puso una de sus manos sobre mi vestido y con suavidad empezó a acariciarme los muslos. De nuevo mis piernas se entreabrieron. Su conversación se volvió sensual. Me hablaba de todas las noches que se había acostado pensando en mí. De lo que había echado de menos la suavidad de mi piel. De lo guapa que estaba. De lo mucho que me amaba. Sus palabras casi me las susurraba al oído. Su aroma era intenso, me sentía dominada por aquel olor, por la ternura de sus palabras.
Su mano se acercaba a mi sexo. Mi vagína se dilataba sólo de sentirlo cerca. Me empapé completamente sólo con notar la yema de sus dedos en mis ingles. Lo miré sorprendida. Mi novio, el tímido de mi novio, me estaba acariciando y excitando en publico. El sonreía y me seguía hablando de lo mucho que había pensado en mí y de sus noches solitarias deseando mis besos y mi piel.
Como pude, conseguí cenar la ensalada que había pedido de primer plato. Tuve que apurar varios vasos de aquel vino afrutado para no perder los nervios y mantenerme en la silla sin abalanzarme sobre él. Seguía con su mano entre mis piernas. Rozando mis muslos, acariciando mis ingles. El camarero se acercaba a servirnos el segundo plato cuando mi novio se aventuró aún más a dentro de mis muslos. Con suavidad separó la tela de mis bragas y dejó que sus dedos se adentraran entre mis labios inferiores. Me acariciaba suavemente mientras el camarero nos servía y yo me mordía los labios para no dejar escapar un suspiro delator. Cuando el joven nos preguntó si queríamos algo de postre mi novio introdujo uno de sus dedos en lo más profundo de mi vientre y yo, con la voz entrecortada, conseguí pedir un helado de vainilla. 
El camarero se alejó y yo mire a mi novio sorprendida y excitada. Con solo mi mirada él descubrió en mis ojos mi sorpresa dibujada. Se acercó a mi oído y me susurró con dulzura que durante su estancia lejos de mí había pensado mucho en nosotros. Que yo siempre había sido más liberal y lanzada que él. Pero que quería ser el chico sorprendente y  atrevido con el que yo siempre había soñado y que aquella era su primera muestra de lo que iba a ser capaz por mi amor. Le sonreí y separé un poco más mis piernas ofreciéndome a sus caricias
Se llevó sus dedos empapados de mí a la nariz. Me dijo que había echado mucho de menos aquel intenso aroma. Llevada por el deseo le confesé que me moría de ganas de sentirlo entre mis piernas. Que me quería sentir llena de él. Se quedó pensativo y al final me preguntó si estaría dispuesta a sentirme llena en aquel restaurante. Intrigada, sorprendida, deseosa respondí afirmativamente con un suave movimiento de mi cabeza.
Esperaba que se agachara bajo la mesa pero sus intenciones eran otras. De uno de los bolsillos de la chaqueta, que había dejado sobre la silla, sacó un paquete alargado y envuelto en papel de regalo de un color rojo pasión. Me dijo que aquel era mi segundo regalo de la noche. Que quería y deseaba que me lo pusiera para él en ese momento. Tendí la mano y recogí el regalo llena de dudas sobre lo que aquel paquete me reservaba. La mirada traviesa y divertida de mi novio me lleno de curiosidad. 
No salía de mi asombro al descubrir el regalo de mi novio. ¡ Vaya cambio había dado en aquellos tres meses alejado de mí! Me alegraba tanto. Dentro del regalo había una cajita de madera que al abrir me descubrió las morbosas intenciones de mi amado; Dos bolitas de acero atadas con una cuerda. Mi novio me estaba regalando unas bolas chinas y me había pedido que me las pusiera en el restaurante. Divertida, excitada, traviesa, obedecí. Bajé mi regalo entre mis piernas. Alcé un poco mi cintura para permitirme un mejor acceso. Aparté mis braguitas con una de mis manos y con la otra acerqué la primera de las bolitas de mi regalo a la entrada de mi sexo. Estaba completamente empapada. Mi vagína dilatada. No me costó nada meter dentro parte de mi regalo. El frío del acero me hizo contraer mis muslos y la bolita se perdió en mi interior. Una tras otra mi vientre admitió dentro de él las dos bolitas de mi regalo. Coloqué de nuevo con mis dedos la braguita en su sitio y me senté en una postura digna. Agradecida con mi chico, me llevé los dedos mojados a la boca y golosa los lamí delante de sus ojos. Se sonrió y me preguntó si me gustaba su regalo. Entusiasmada respondí que sí.
Mi novio había cambiado tanto en aquellos tres meses. Nunca antes me había provocado en público. Es más, cada vez que yo intentaba alterarlo rodeados de gente me echaba en cara mi desvergüenza y reprochaba hacérselo pasar mal. Yo siempre había tenido una mente más liberal. Me hubiera encantado llevarle a un local de ambiente y entregarme a él allí, delante de todo el mundo. Bajo la mirada atenta de personas desconocidas. Pero hasta entonces me había parecido increíble ni siquiera proponérselo. Y ahora, tres meses después, me tenía empapada, con mi vientre lleno y mi sexo latiendo, con su regalo en mi interior en medio de un restaurante y me sonreía travieso y divertido.
Cuando terminamos de comer, mientras esperábamos los postres, mi novio volvió a poner su mano sobre mis muslos. Esta vez me ofrecí por completo abriéndole mis piernas. Posó sus dedos sobre la tela de mi ropa interior y acercándose a mi oído me susurro que le gustaba sentirme así de lubricada. Lentamente comenzó a masajearme entre las piernas por encima de la tela de mis braguitas. Yo ya no podía más. Sentirme llena, sentir el roce de sus dedos en mi sexo, la desesperación de no haberlo tenido entre mis piernas casi cien días era superior a mi resistencia. Le pedí por favor que me follara. Me hizo esperar. 
El camarero se acercó con los postres, dos copas de helado de vainilla. Mi novio apartó la tela y aprisionó mi hinchado clítoris con dos de sus dedos. No me pude contener y un gemido de placer se escapó de mis labios. El camarero me preguntó si me encontraba bien. Como pude asentí con la cabeza. Si él supiera, estaba en la gloria. Se alejo. Mi novio se reía. Le volví a pedir que me follara. Lo deseaba tanto dentro de mí. Me dijo que no fuera impaciente, primero los postres. 
Si por mí fuera hubiera devorado aquel helado de un solo bocado con tal de salir de allí cuanto antes y sentir a mi novio dentro de mí. Sonreí al pensar que donde más falta me hacía el helado era entre mis piernas para aplacar mi deseo. Mi sexo ardía. Mi vientre ardía. Mi corazón latía con fuerza. Mi novio debió leerme el pensamiento. Hundió su cucharilla en el helado. Miro a los lados. Nadie miraba. Bajo la cucharilla debajo de la mesa. Yo separe mis piernas. Dejo caer el helado sobre mi sensible clítoris. Salte sobre la silla. Las bolas chinas temblaron. Me sentía desfallecer de placer. El helado se derretía rápido. Lo sentía gotear por mi coño. Manchar mi ropa interior. Si seguía así acabaría manchando también el vestido. La sensación de intenso frío mezclada con mi ardor y deseo me hacían estremecer. Mi vientre latía con fuerza. Mi corazón parecía que se me iba a salir del pecho. Mis pezones se habían endurecido y se marcaban en mi vestido de licra ajustado. Le dije a mi novio que me iba al baño. Me hizo jurarle que no terminaría nada sin él. A regañadientes se lo juré.
Andando hacia el servicio notaba mi regalo danzando dentro de mí. Hacía del andar un movimiento placentero que casi me hace desfallecer. En el baño me quité la ropa interior. Mis bragas habían perdido su color azul claro tornándose en un azul intenso. Sobre todo en la zona central de mi sexo. Estaban completamente mojadas. Respiré en ellas. Las guardé en mi bolso. Estuve tentada de romper la promesa hecha a mi novio. A duras penas me contuve. Era tanto el placer que sentía. ¡Eran tantas las ganas que tenía de él! Hubiera dado lo que fuera porque entrara en ese momento al baño y me abriera de piernas y me poseyera salvaje como aquella noche me hizo en la cocina de nuestra casa. Sin más preámbulos. Simplemente poseerme, hacerme suya.  Me miré en el espejo. Mi excitación era patente en todos los rasgos de mi cara. Mis pechos firmes se dibujaban en mi vestido. Mis piernas me temblaban. ¡ Por que le juraría a mi novio que no iba a terminar nada! ¡Porque no entraba en el baño y me hacía suya! Volví a la mesa. El andar era una placentera tortura que me acercaba más al orgasmo. El me esperaba sonriente. Había pagado ya la cuenta y recogido su chaqueta. Me dijo que fuéramos hacía el coche.
Yo casi no me sostenía sobre mis piernas. Andar con aquellos tacones altos y con mi vientre lleno era muy dificultoso. Llegué hasta el coche con la ayuda del brazo de mi novio que me sostenía. Para mi sorpresa esta vez no me dejó conducir. Me pidió que me sentara en el asiento del copiloto. Acepté. En aquellas condiciones no hubiera sido prudente ponerme al volante.
Entró en el coche segundos después que yo. Llevaba su corbata en la mano. Pensé que era por la falta de costumbre de llevarla. Me volvió a sorprender. Pidiéndome que me estuviera quieta y confiara en él, cosa que hacía sin asomo de duda, ató su corbata alrededor de mis ojos. No podía ver nada de lo que pasaba. Me besó en la boca apasionadamente. Me ofrecí a aquel beso con todos mis sentidos, con todo mi ser, con todo mi deseo. Cuando se separó de mis labios le rogué de nuevo que me hiciera suya. Me pidió un poco más de paciencia y me dijo que él también estaba lleno de deseo por mí.
Arrancó el coche. Yo no sabía donde me llevaba. Puso, otra vez, una de sus manos entre mis piernas. Me acarició. Esta vez más intenso. Más profundo. Yo ya no contuve mis gemidos. Se escapaban de mi boca acercándome al clímax. Pero mi novio estaba en plan travieso. Cuando veía que mis gemidos se aceleraban al máximo dejaba de acariciarme. Cuando intuía que me había calmado un poco volvía a la carga. Yo ya no tenía ninguna duda de que mi vestido estaría ya manchado de mi deseo. Me iba a volver loca si no lo sentía pronto en mí y me llevaba al orgasmo.
Cuando el coche se detuvo  mi situación era límite. Nunca antes había estado así de excitada. Nunca antes me habían hecho desesperar tanto por un orgasmo. Mi novio me estaba dando a la vez el mayor de los placeres de mi vida y el mayor de los suplicios. Dándome la mano me sacó del coche pidiéndome que no me quitara la venda de mis ojos. Estoy convencida de que lo hizo a posta. La mano que me tendió era la misma que segundos antes había estado entre mis piernas. Podía sentir en sus dedos la intensa humedad que había manado de mi ser.
Quise saber a donde me llevaba. No me contestó. Oí como abrían una puerta y como mi chico saludaba a alguien. Se oía una suave música. Alguna que otra voz alejada. Alguna risa. Algún suspiro. Algún jadeo. Mi imaginación no tardó en relacionar todo aquello pero, el resultado que me ofrecía mi mente, era maquinalmente rechazado por ella misma. No podía ser pero lo parecía. Todos mis sentidos me gritaban que mi novio me había llevado a un local de intercambio. Uno de esos con los que yo había fantaseado alguna vez y en los que me había imaginado haciendo el amor con mi chico delante de todo el mundo. Era una de mis mayores fantasías pero nunca, jamás, se la había comentado a mi novio. Lo conocía tan bien. Me parecía tan imposible que fuera capaz de hacerla realidad conmigo que la había guardado en el interior de mi cabeza como fuente de inspiración en mis instantes de soledad. No podía ser pero lo parecía.
Se abrió otra puerta. Yo ya no me atrevía a preguntar nada. Simplemente seguía los pasos de mi novio que no dejaba de sujetarme firme la mano y eso me daba confianza. Se detuvo. Sus labios se posaron en mis hombros. Me mantuve quieta. Sus manos me dibujaban. Sus besos bajaron por mi espalda. Sentí como sus manos deslizaban los tirantes de mi vestido. Sin oponer ninguna resistencia le deje que me desnudara. Lo noté arrodillarse a mi espalda. Su aliento me acariciaba a la altura de mis nalgas. Sus manos entreabrieron mis piernas. Con ternura fue sacando las dos bolitas de mi segundo regalo. Lo intuí alejarse un poco de mi. Me observaba. Le rogué que no me dejara sola. No tarde en volverlo a sentir a mi espalda. Se había desnudado. Podía sentir su miembro erecto pegado a mis nalgas. Aquel sexo que durante tres meses había estado alejado de mi volvía a estar pegado a mi piel. Me ofrecí. Arqueé mi cuerpo hacía delante y separé mis piernas. Lo necesitaba dentro de mí. Esta vez no me hizo esperar. Lo noté entrar despacio. Disfruté de cada centímetro que deslizaba dentro de mi ser. Gemí con fuerza al sentirme completamente llena. Empezó a moverse en mi interior. Me susurraba al oído que me amaba. Que todo aquello lo hacía por mí. Y que a partir de entonces todas mis fantasías las podía compartir con él. Que estando lejos de mí lo había pensado  tranquilamente y que estaba dispuesto a darme todo lo que yo siempre había deseado. Sus palabras me hacían estremecer al mismo ritmo que el movimiento de su cadera dentro de mí. Entonces me quitó la venda de mis ojos. Mis sentidos no me habían engañado. Un orgasmo intenso atravesó todo mi ser. Mi fantasía resultaba mejor de lo esperado.
Estaba en una urna de cristal. A mi alrededor había varias personas mirándome fijamente. Apoyadas contra los cristales. Su aliento empañaba ligeramente los mismos. Había hombres, mujeres, varios de ellos y de ellas se acariciaban mirándonos. Detrás de mí mi novio me seguía poseyendo, haciéndome suya. Salvaje. Excitado. Duro. Mis sentidos volvían a estar al borde de otro infinito orgasmo. Las piernas me temblaban. No podían sujetarme. Solo los fuertes brazos de mi novio en mi cintura y el estar llena de él me mantenían en pié. Me sujeté al cristal. Tenía frente a mí a una joven que no dejaba de mirarme mientras se acariciaba los pechos desnudos. Le mande un beso, ella se sonrió. Mi novio gemía con fuerza. Al lado de la joven un chico se masturbaba. Se le veía a punto de llegar al orgasmo. Sentía a mi chico completamente tenso dentro de mí. Mi cuerpo emanaba flujos y sudor por igual. Notaba como mi pareja se acercaba al orgasmo. El chico manchó el cristal de su corrida. La joven se acariciaba entre las piernas. Aquello superaba a la mejor de mis fantasías. Mi orgasmo esperaba al borde de mi sexo a que mi novio me llenara. Lo sentí vaciarse dentro de mí y mi placer me dejo vacía. Exhausta me deje caer. Mi novio se sentó a mi lado. En ese momento unas cortinas de color rojo taparon los cristales y nos dejaron a solas en la oscuridad. Lo besé. No dejé de besarlo. De darle las gracias. De decirle que le amaba. Le susurré que me había hecho la mujer más feliz del mundo. Que había hecho realidad mi fantasía más oculta y placentera y que la había superado. Me confesó que una noche me la había oído entre sueños. Que yo hablaba de aquella fantasía dormida y que durante su estancia en Berlín había pensando en cómo hacerla realidad. Que quería poder compartir conmigo todas mis fantasías. Con una sonrisa pícara en mis labios brillantes le prometí devolverle aquella maravillosa sorpresa. Me sonrió. Nos abrazamos. Seríamos los mejores compañeros de juegos.

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